“El libro es una criatura frágil”
(‘El nombre de la rosa’, Umberto Eco)
En su visita a Egipto, más o menos unos cincuenta años antes del alumbramiento de Nazaret, el historiador Diodoro de Sicilia fue sorprendido por la siguiente inscripción: ‘Remedios para el alma’, que presidía el acceso a la biblioteca de un templo contemporáneo del rey Ramsés II, en el siglo XIII a.C. ¡Extraordinaria representación, que nos permite volar en la idea de que las bibliotecas son mucho más que simples lugares donde se almacenan libros!
Caigo en esta reflexión movido por un acontecimiento en el que me he visto envuelto y que me llena de “orgullo y satisfacción”. Recibí la llamada telefónica de un desconocido, se presentó y me hizo partícipe de su alegría por haberme encontrado después de largas pesquisas, en las que la pista definitiva fue esta columna mía en Mundo Obrero. En realidad la persona que me contactó no era quien me buscaba -tan “sólo” cumplía el encargo de localizarme-, así que solicitó consentimiento para trasladar mis referencias a Paloma Calvo, la bibliotecaria de Dueñas, un pueblo de la provincia de Palencia, que era el origen del sorprendente interés despertado hacia mi persona.
En efecto, al día siguiente se produjo la llamada de la responsable de la biblioteca ‘Ana García’ de Dueñas. Tras unas primeras palabras de presentación, me informó de una circunstancia sobrevenida (para bien) a la dinámica de la institución, ya que habían recibido una importante donación de libros con procedencia en las últimas voluntades de Antonio José Domínguez, un desconocido ciudadano para los beneficiarios de esa herencia, fallecido en octubre de 2017. La sorpresa debió ser grande, así como -según me confesó Paloma- el trabajo que incorporaba la catalogación del notable patrimonio procedente de un catedrático de Lengua y Literatura.
En el ‘Blues de Antonio José Domínguez’, artículo publicado en MO allá por octubre de 2017, informábamos del fallecimiento de nuestro compañero, amigo y, para algunos, también maestro. “¡Quién nos hablará a partir de ahora de la gran literatura! Durante casi tres décadas Antonio ha escrito de teatro, poesía y novela en Mundo Obrero. Cientos y cientos de páginas llevan su sello inconfundible con ese escribir difícil, tortuoso en ocasiones, pero sólido y trabado como orfebrería fina”.
En aquellas notas de despedida por la muerte de Antonio, nos preguntábamos por el futuro de su biblioteca. “¿Es así como se nutren los estantes de las ‘librerías de viejo’? ¿Ese es el destino de vuelta de la biblioteca de alguien que pasó horas y horas buscando ediciones curiosas y llenando estanterías de pequeños hallazgos literarios? ¿Volverán en cajas a los puestos de la Cuesta de Moyano todos esos volúmenes, de nuevo desordenados, como las fichas de un dominó listas para una nueva partida? Así pensado parece una idea manriqueña –poeta muy del gusto de Antonio-, aunque seguro que conociendo sus “monomanías” ya tendría previsto el futuro de sus libros, quizá como donación para algún monasterio cisterciense. ¡A saber…!”
La alusión al monasterio como posible residencia de los libros, incluida en ese obituario de 2017, se justificaba en las estancias periódicas de Antonio en el Monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas, comúnmente conocido como ‘La Trapa’ (sí, donde el chocolate), una joya del románico de gran importancia desde la Edad Media. En ese recogido entorno de silencio monacal y cánticos en gregoriano, Antonio se las veía cara a cara con sus achaques de siempre y sus dolencias nuevas. Él desde niño ya sabía; lo suyo era una enfermedad degenerativa y, por tanto, una apurada lucha contra el tiempo. Esas eran sus amarguras, esos eran sus cabreos, siempre pasajeros al ser enfados de buena gente, ¡ojo! Antonio, inteligente y perspicaz conocedor de sí mismo, cuando se apartaba era para reconocerse y reiniciarse. Dicho al modo de Javier Egea, uno de sus poetas más frecuentados: «Hoy sólo sé que existo y amanece».
Los libros eran su vida, sus compañeros de viaje, esos que nunca le fallaron, por lo que no cuesta imaginar la razón que guió a Antonio para adentrarse en la tarea de asegurarlos un destino seguro y conveniente. ¡Enhorabuena a la biblioteca de Dueñas y mil gracias por el entusiasta recibimiento de esos libros que, más allá de su importancia bibliófila, conforman un todo orgánico y una inagotable fuente de “remedios para el alma”!