Uno de los ejes de la batalla cultural para extender la influencia de nuestras ideas, consiste en reforzar nuestra imagen de antagonismo. Decir que nosotros no somos como los demás, que no estamos en la política para defender determinados intereses personales o de grupos económicos, sino que estamos en ella para transformar la sociedad. Y lograr que se nos vea así. Eso es esencial para conquistar la “fantasía”, es decir que el espacio del sueño, que es el que mueve a la gente hacia metas sociales más elevadas, esté de nuestro lado. Así ha sido en los procesos revolucionarios de orientación comunista, que previamente habían conseguido esa hegemonía. Y eso se traduce de manera directa en el ejemplo, en nuestras biografías. Recuerdo una anécdota que me contaba mi padre, quien, tras pasar más de 21 años en la cárcel, se había incorporado a trabajar en una acería. Allí era vigilado constantemente, y recibía periódicamente la visita de algunos policías de la BPS, que a veces provocaban escenas grotescas y surrealistas. Una vez, en los años sesenta, se presentó un comisario de policía, le mandó llamar, y en el despacho del director de la empresa, le propuso que le diera los nombres de los comunistas de la fábrica. Siendo él un comunista tan fichado, no podía tratarse más que de una provocación. Le contestó que él no conocía a ninguno, que sólo estaba allí para trabajar, que no sabía nada más. El comisario le contestó: “Es muy fácil distinguir a los comunistas, son aquellos que luchan no por mejoras para ellos, sino para los demás”. Con esa regla detectaba el policía franquista a los comunistas, y tenía razón. Eso nos distingue. Tras la Revolución Rusa, los bolcheviques, sabedores de la importancia de la imagen, para que se viera que sus ministros no eran como los ministros burgueses que el pueblo había conocido hasta entonces, decidió cambiarles el nombre, y los ministros se llamaron “comisarios del pueblo”. El ejemplo, la comunicación de éste, es decir, conseguir llegar con nuestra verdad, decir quiénes somos, es esencial.
Ejemplos de vida
Por eso, como aportación en el cierre del año del Centenario del Partido, dedico este artículo a Juan Astigarrabía, ministro comunista en 1936 -como Yolanda Díaz y Alberto Garzón ahora- y uno de los pioneros que pusieron los cimientos del PCE. Escribo una breve semblanza de su vida, porque su biografía refleja muy bien la naturaleza de nuestros militantes, de aquellos dirigentes, luchadores infatigables, gentes salidas del pueblo, armados con las aspiraciones y sueños del pueblo. En las antípodas de quienes nutren las filas conservadoras. Y ese tipo de ejemplo es el que debemos enarbolar orgullosos.
Juan Astigarrabía, “Asti”, como le llamaban sus camaradas, nació en Donostia en 1901. Se crío en una calle de la Parte Vieja de la ciudad. Cuando tenía cinco años falleció su madre, Valentina, y su padre, Gregorio, afectado por la tragedia, a la que se unió una crisis de trabajo en la zona, emigró a Galicia para emplearse de remachador en los astilleros de Ferrol. Gregorio era un hombre muy ligado al mar, pescador y patrón de costa entre Donostia y Bayonne, además de dominar algunos oficios de astillero, como carpintero de ribera y remachador. Astigarrabía no viajó con su padre y quedó al cuidado de su abuela. Hasta que a la edad de diez años marchó a Galicia para reunirse con él. Le costó adaptarse a la nueva familia que su padre había formado en Ferrol, con una madrastra y varios hermanastros, lo que afectó a su rendimiento escolar.
A los quince años, para escapar de ese ambiente, decidió enrolarse en la Marina. Primero en el Nautilus, un buque escuela de la Armada, una primorosa corbeta de tres palos, donde estuvo dos años, adquiriendo conocimientos de marinería y náutica, llegando a ser cabo de mar. Con ese barco hizo varios viajes a Canarias. Después se enroló en el Torpedero 41, y de ahí pasó a formar parte de la tripulación del acorazado España, como señalero y timonel. En el España viajó a América en el 400 aniversario del descubrimiento del estrecho de Magallanes. Dobló el cabo de Hornos, y navegó por el Pacífico chileno. Trabajó ocho años en el servicio militar de la Marina, hasta sus veinticuatro. Son mediados de los años veinte y regresa a su ciudad natal donde, conmovido por la Revolución Rusa, se interesa por el comunismo, por sus ideas, por sus fundamentos filosóficos. En 1925 ingresa en el Partido Comunista de España.
Huelgas, despidos y cárcel
Su experiencia directa, psíquica como dirá él, en el comunismo, comienza en los sindicatos. Como por orden directa de la Internacional Comunista todo comunista debe pertenecer a algún sindicato, los comunistas de Donostia se organizan en la FLSO, Federación Local de Sociedades Obreras. Aún no se han desarrollado los sindicatos unificados de clase. Es la época de la dictadura de Primo de Rivera. Reparten folletos, hojas subversivas, lo que provoca que Asti tenga que vivir bajo una persecución continua, política y económica, es decir, con permanentes entradas en la cárcel, y con la expulsión de cada empleo que consigue. Cuando la policía se entera de dónde trabaja, visita al patrón, y mediante amenazas logra que éste le despida.
Él decía que era conocido en la comarca de Donostia como un especialista en huelgas. Había dirigido huelgas importantes, como la de la construcción de la papelera Oarso de Rentería, donde se empleaban 700 obreros y donde él trabajaba como encofrador. Por eso lo eligieron como líder del sindicato de marineros “La Unión”, que declaró una huelga general en el puerto de Pasajes en mayo de 1931, reclamando mejoras de sus condiciones laborales, y que tuvo un trágico desenlace al disparar la Guardia Civil contra una manifestación de los marineros y sus familias, causando una decena de muertos. Miembro del buró político del PCE de Dolores Ibárruri y Pepe Díaz; es el primer secretario general elegido para el recién fundado Partido Comunista de Euskadi, en 1935.
Durante la guerra civil es Consejero de Obras Públicas en el Gobierno Vasco del Lehendakari Aguirre. Su papel en la caída de Bilbao fue objeto de controversia por parte de la dirección del Partido, acusándosele de acomodo con las tesis nacionalistas, que impidieron destruir la industria antes de perder Bilbao, que era la idea del otro líder comunista, Larrañaga, y del asesor soviético, el general Gorev, para impedir que ésta se convirtiera en industria de guerra para los fascistas. Con la derrota de la República se exilió en Panamá, y finalmente en Cuba, tras la Revolución, donde impartió clases de marxismo en la Universidad. En 1974 se reintegró en la dirección de PC de Euskadi.
Lo que más teme el enemigo es vernos unidos
Así son los ejemplos de vida de nuestra gente, luchadores por la libertad de todos, como ya detectaba el comisario de policía, que es la esencia del comunismo. Aún recuerdo a uno de esos veteranos, en una lejana reunión, cuando andábamos perdidos en debates ideológicos, cómo nos decía que nuestra táctica debía ser “defender lo público”, porque la derecha iba a asaltarlo. Era premonitorio. Esos ejemplos que iluminan son los que quieren esconder. Quieren quitar los faros de la costa, para que naveguemos a ciegas; quieren aislarnos, reducirnos, porque como dijo Maiakovski, lo que más teme el enemigo es vernos unidos. Y unidos a nuestros orígenes, firmes como los viejos árboles, cuidando sus raíces, algo esencial para que crezcan poderosos, añado.