«La fuerza más grande de la revolución es la esperanza«
André Malraux (L’espoir)
A esta columna de Mundo Obrero traigo a José Manuel Fernández, compañero al que perdimos a finales de noviembre. Hace ya años que el hombre al que hoy recordamos dejó el carné del PCE, es la inevitable dinámica que opera en los trenes de largo recorrido, unos suben y otros bajan, cuestión de tiempo y de circunstancias, pero el convoy sigue su camino. Lo importante es que José Manuel estuvo a bordo y que mucha de su energía la puso al servicio de esta publicación; páginas y páginas de MO que hoy duermen el sueño de las hemerotecas llevan su firma, conste, también con seudónimo.
Asturiano de nacimiento y corazón (Luarca, 1946) en medio de una penosa situación familiar ya que su padre, Gonzalo, había sido condenado a 30 años de prisión después que le fuera conmutada la pena de muerte. El sustento de aquellos años corrió a cargo de una madre, Mari Luz, que vendía leche por las casas y comerciaba en el estraperlo vendiendo estilográficas Parker y tabaco. Tras doce años de durísimo cautiverio en el penal de Burgos salió en libertad vigilada el padre, socialista, y antiguo trabajador de la imprenta de Luarca. Pero el ambiente de opresión era irrespirable y al poco la familia se trasladó a la cuenca minera asturiana. No cesó el hostigamiento hasta el punto de que la guardia civil, en aquella época responsable de custodiar ciertos medicamentos, le negó a su madre la penicilina que el niño José Manuel necesitaba para superar una bronconeumonía. Gracias a la intervención del médico, quien se personó en el cuartel, pudo hacer sus efectos el tan preciado antibiótico.
Así las cosas, en 1959 sus padres se exiliaron en Bélgica, para lo que Gonzalo tuvo que conseguir un pasaporte falso y, una vez fuera, proveerse de un pasaporte Nansen como refugiado de Naciones Unidas. Entre tanto, José Manuel y su hermano, también Gonzalo, quedaron al cuidado de unos tíos. De aquel tiempo contaba entre sus recuerdos un dramático pasaje protagonizado por un guerrillero, Onofre, que fue malherido y prendido por la guardia civil en las montañas de Pola de Lena. “Fue arrastrado hasta Sotondrio y lo dejaron tirado en el suelo, atado a un poste de la luz en la avenida principal. Prohibieron a la gente que le diera de comer y de beber… Los niños de la escuela pasábamos por donde estaba aquel hombre, no se quejaba, pero la imagen era terrible… A los tres días murió Onofre”.
Ya en Bélgica, ganó una beca en el Ateneo Real de Lieja que le permitió terminar el bachillerato. Luego escogió ciencias y “al final salí con la licenciatura de físico atómico. Me emplearon inmediatamente y participé en la construcción de la primera central nuclear belga, en Tihange”… 1963 fue un año crucial en la vida de José Manuel, murió su padre y fusilaron a Julián Grimau, todo ello con un mes de distancia. Ingreso en las Juventudes comunistas y comenzó su vida de lucha activa contra la dictadura. La dirección del PCE desde París le echó el ojo y se incorporó a la Comisión Internacional. Con el tiempo se afilió al PCE, trabajó en la Comisión de Emigraciones y, por su conocimiento de idiomas y de la realidad del momento, viajó por toda Europa.
Regresó a España con la legalización. Pasaron años y José Manuel volvió a Bélgica, en esta ocasión a Bruselas, con la primera hornada de europarlamentarios y donde cumpliría una muy importante función, desde 1987 hasta el año 1999, como secretario del presidente del grupo de la Izquierda Unitaria Europea. Luego volvería a España para incorporarse en el Congreso de los Diputados, hasta el 2015. “Tuve el honor de organizar el homenaje a las Brigadas Internacionales, a los expresos políticos y a participar en las negociaciones para la ley de Memoria del año 2007, de lo cual me siento muy orgulloso”.
En 2007 fue elegido alcalde de Bustarviejo (Madrid): “construimos todos los equipamientos y limpiamos de fascismo las calles del pueblo, apoyados en la Ley de Memoria Histórica”. Otro logro del que justamente presumía fue la rehabilitación del destacamento penal franquista de Bustarviejo, el más importante de los 11 que intervinieron en la construcción por trabajos forzados de la línea ferroviaria Madrid – Burgos. Memoria…
En fin, la vida de José Manuel no es fácil comprimirla en unas líneas, el volumen y la calidad de su trabajo ha sido sobresaliente. Fue un hombre de convicciones firmes que siempre defendió con buenas formas. Fue, también, un hombre que nunca olvidó las palabras de su padre como resumen de su experiencia carcelaria, “nunca hay que perder la esperanza, jamás”.