El artículo de La Ciencia para el Pueblo de este mes es un poco diferente a los anteriores. Nuestra referente de hoy es una científica, matemática para más señas, a la que traemos no solo por su papel como constructora de ciencia sino, sobre todo y porque fue lo que me llamó más la atención, por ser protagonista involuntaria de una de las censuras más absurdas del infame Tribunal de Orden Público.

Magdalena Mouján Otaño nació en Argentina en 1926, en el seno de una familia vasca que había migrado muchos años antes. Y no solo vasca, sino una familia tremendamente involucrada en la defensa de su cultura: el abuelo materno de Magdalena era el escritor, poeta y descendiente de bertsolaris Pedro Mari Otaño. Y aunque no llegaron a conocerse, su figura marcó la de nuestra protagonista convirtiéndose, ella misma, en una gran defensora del euskera y sus raíces.

Nuestra científica se graduó en Matemáticas en la Universidad Nacional de la Plata, se doctoró en 1950 y fue una de las primeras personas en trabajar con la computadora Clementine. Probablemente ayudó en su vocación tener a profesores como Manuel Sadosky, considerado el padre de la computación en Argentina, quien consiguió que se dotara con una computadora al Instituto de Cálculo, logró que se pusiera en marcha Clementina, la primera computadora científica de Argentina y creó la carrera de Computador Científico. ¡Un profesor inspirador como pocos, desde luego!

Pero no adelantemos tanto: antes, Magdalena se incorpora al Grupo de Investigación Operativa, a propuesta de su impulsor y director, el matemático Agustín Durañona y Vedia.  Este equipo, con nuestra matemática de hoy, publicó numerosos trabajos teóricos y prácticos, asesoró en resolución de problemas complejos a organismos públicos y privados y fue elemento clave para la introducción de la Investigación Operativa en Argentina. 

Clementina, la primera computadora científica de Argentina

Posteriormente, nuestra inquieta matemática se incorporó a la Comisión Nacional de Energía Atómica y fue una de las primeras personas en trabajar con la computadora Clementina que decíamos antes. ¿Que por qué le pusieron un nombre tan curioso a esta primera computadora? Pues porque estaba programada para reproducir la canción “Oh My Darling, Clementine”. Humor de científicos, suponemos. Aunque, además de reproducir este tema intemporal, Clementina apoyó los cálculos necesarios para la construcción del reactor RA1, primer reactor nuclear en Argentina y que, actualmente, tiene fines de investigación.

Además, Magdalena Mouján Otaño tuvo una intensa actividad docente en su ámbito en distintas universidades: Universidad Católica de la Plata, la Universidad Nacional de Córdoba, la Universidad Nacional del Comahue o la Universidad Nacional de Luján, hasta que el golpe de Estado del general Juan Carlos Onganía en 1966 la apartó temporalmente junto a otros compañeros.

Una vez regresó de este apartamiento indeseado, Magdalena retomó la docencia y los cuentos de ciencia ficción, que es por lo que (entre otras cosas) la hemos traído aquí.

Nuestra protagonista escribió varios relatos de ciencia ficción y, a tenor de la fama y los premios, parece que no lo hacía nada mal. Pero nos vamos a quedar con uno, Gu ta Gutarrak (nosotros y los nuestros, en euskera), objeto de censura en España. El abuelo materno de Magdalena escribió un poema (ya hemos dicho que era escritor y poeta) titulado así, en el que preguntaba por el origen del euskera y de su pueblo. Magdalena recogió el testigo de esta pregunta y, en forma de cuento, intenta responderla con un viaje en el tiempo de una familia vasca: un relato clásico de paradojas temporales, pero dotado de un original sentido del humor en el que se encuentra desde la original forma de hablar el castellano de los hablantes de euskera, en el orden de las palabras, hasta la forma del ver el mundo (siempre según la autora y su familia, se entiende).

A lo largo de este breve relato, el superdotado hijo del protagonista estudia física para «estudiar la estructura del continuo espacio-tiempo» y consigue construir una máquina del tiempo con la que pretenden viajar a los orígenes del pueblo vasco. Si quieren saber si lo logran, tendrán que leerlo, que hacer spoiler está muy feo. El cuento se encuentra fácil en la red.

¿Y por qué un cuento así acaba censurado en España? La revista Nueva Dimensión intenta publicarlo dos años después de haberlo hecho en Argentina, en 1970. Sin embargo, el Tribunal de Orden Público del régimen franquista ordenó la retirada de la revista, debido a que este cuento «atentaba directamente contra la unidad de España». En una interesante entrevista a Domingo Santos, editor de la revista, nos cuenta la historia del secuestro de la publicación y del movimiento internacional para tratar de evitarlo: Donald A. Wollheim, una de las personalidades más influyentes en el campo de la ciencia ficción en EEUU, movilizó a todos los clubs de fans de ciencia ficción para que enviaran cartas de protesta a la embajada de España en Estados Unidos por ese «inaceptable atentado a la libertad de expresión». Y la propia autora envió al Ministerio de Información y Turismo un extenso curriculum vitae suyo en el que demostraba sin lugar a duda que su categoría personal, científica e intelectual estaba mucho más allá y muy por encima de separatismos y atentados.

Finalmente, la revista salió sin el relato de Magdalena. No obstante, en 1979 y una vez eliminadas en 1977 los artículos censores de la ley que le habían sido aplicados, fue incluido en el número 100 de Nueva Dimensión, como homenaje a la autora y recuerdo de la infausta censura.  Este cuento de ciencia ficción fue el más reeditado en Argentina y también traducido al francés, al inglés, al alemán, al sueco y al finlandés

Magdalena falleció en 2005, después de haber escrito muchos más relatos y, fiel al vínculo con su abuelo, dejó ordenado ser enterrada junto a él en el cementerio de Mar del Plata.