Hay gente que siempre muestra la misma perplejidad: cómo es que un pobre, un mileurista, una familia modesta de trabajadores, puede votar a la derecha. Y la misma sorpresa muestran a veces los gobernantes keynesianos: cómo es posible que habiendo subido las pensiones y habiéndoles metido en el bolsillo a los ciudadanos unos centenares de euros, la ciudadanía no vote a los benefactores. La respuesta debiera hacerse evidente: es la ideología, carajo. El voto es fundamentalmente una respuesta ideológica, desde el inconsciente, desde la infraestructura del relato dominante. Teniendo en cuenta, pues, la ideología dominante que (según nos enseñaron Marx y Engels) es siempre la ideología de las clases dominantes.

Otra cosa es que no haya conciencia, que se actúe automáticamente, sin saber las cosas, sin valorar los asuntos de la explotación y otros similares, relativos al dominio de clase, Y esto ocurre porque la ideología, el relato dominante, funciona como un inconsciente, un fantasma, una cultura que crees dominar pero que te domina, te dirige, y le da sentido a tu vida en el seno de la explotación capitalista.

A veces he contado la anécdota que afecta a quien fue presidente de la Junta de Andalucía, Rodríguez de la Borbolla. Un día un periodista le preguntó qué era, en su opinión, el socialismo. Y él contestó: “El socialismo es hacer cositas”.

Y de aquí, de esta lógica, y desde las profundidades del keynesianismo, procede el método, actualmente dominante en el seno de la izquierda decreciente europea, de sindicalizar la política.

Es decir, hay que evitar los grandes relatos de lucha, y en definitiva todo tipo de relatos. La gente no come relatos. Hay que huir de los imaginarios, de las utopías que diseñan la posibilidad totalizante de otra forma de vivir. Incluso, yendo al fondo de la cuestión, hay que que alejarse incluso de los programas previos, sobre todo si anuncian grandes cambios. Se hará lo que se pueda, y en el fondo todo consiste en estar cerca del sitio (el área de gobierno) donde se reparten las cosas, o las “cositas”.

Una vez en este terreno es fácil comprender la inutilidad no solo de los grandes discursos, o del trabajo prolijo de la construcción de un programa participativo, sino incluso de la existencia misma de las organizaciones. Es decir, si existen los medios de comunicación, y la comunicación digital, no presencial, al modo de como nos comunicamos, por ejemplo, con la sanidad pública, para qué derrochar la inmensa energía que exige construir organizaciones con programa y militantes. Para qué.

Y de aquí, ideología posmoderna mediante, solo un paso, o menos que un paso, a la gran cuestión que llegó a plantear, en su interminable trayectoria desde la izquierda a la derecha neoliberal, el filósofo Michel Foucault: “Yo creo que la realidad no existe, que solo existe el lenguaje”.

Y en este tránsito planteemos de nuevo la gran paradoja: Por qué lo pobres votan a la derecha. Y nuestra respuesta coloreada de impaciencia: Es la ideología, carajo.

Con lo cual, siguiendo el hilo de estos modestos planteamientos, se puede llegar a la conclusión de que el voto es siempre un hecho ideológico. Un día, en una reunión del PCE alguien lo planteó en presencia de Carrillo. Y el sacristán de turno escupió su ironía con la voz grave y algo ausente: ¿También el voto de la suegra de mi chófer, que no sabe nada de política, es ideológico? Pues también, respondió alguien, porque responde a esa ignorancia y es obligada por ese chófer, que la fuerza desde un punto de vista ideológico.

En resumidas cuentas, no es malo meterle en el bolsillo a la gente doscientos euros, o establecer el programa como si se tratara de un decálogo de “cositas”, pero si estos hechos no van acompañados por el esfuerzo permanente de creación de contrapoder ideológico, mientras la derecha no deja de confirmar su relato reaccionario, que virtualiza el franquismo como los mejores años de nuestra vida, el esfuerzo será inútil y la gente, con los doscientos euros en el bolsillo, votará un relato, una ideología hegemónica, un imaginario construido sobre la seguridad de las costumbres familiares de nuestros antepasados recientes, construido sobre el discurso débil de una izquierda que ha decidido eludir el combate ideológico y cultural, de una izquierda que cree que se puede ganar estableciendo ciertos parecidos con la derecha y rindiendo posiciones con respecto a temas estructurales que hasta el momento sustentaban su identidad…, que sobre todo sustentaban su lucha presencial en calles y plazas reclamando una vida nueva.