A día de hoy América Latina, y por tanto el Caribe, siguen siendo regiones que viven bajo el radio y la influencia de grandes potencias, dependiendo, en muchas ocasiones, de las exportaciones hacia Estados Unidos, Asia o Europa.

El despertar que el continente está llevando a cabo, con una reindustrialización que algunos de los países de la región ya realizaron durante parte del siglo XX, no ha gustado a EEUU como ariete de un imperio despiadado que no ha dudado en contrarrestar este despertar con guerras híbridas de nueva generación, medidas coercitivas unilaterales, bloqueos o sometimiento a la dictaduras del FMI, intentando desmantelar esos inicios de infraestructura industrial para que los países volviesen a una vocación extractivista y rentista viviendo de nuevo solo de la exportación de materias primas como motor de sus economías.

Las crisis económicas globales, el desgaste de las operaciones bélicas de las administraciones norteamericanas que han debilitado las finanzas estadounidenses, el fortalecimiento de procesos políticos revolucionarios en Venezuela, Bolivia o Brasil, junto al ascenso de la presencia de China, han dado un vuelco ya no solo a las relaciones comerciales de la región con las grandes potencias, sino también a su posición geopolítica en términos estratégicos.

El conflicto en Ucrania-Rusia está exacerbando las posiciones otanistas de personajes como Borrell pero también está suponiendo un gran coste para Estados Unidos ya que Latinoamérica, lo que hasta hace no mucho para los estadounidenses era su patio trasero, lleva ya mucho tiempo desarrollando, por fin, su propia identidad, virando sus relaciones geoestratégicas y económicas hacia Asia u Oriente Medio. Una multipolaridad declarada que se ve reforzada con el resurgir del ALBA, Mercosur o la CELAC, y con iniciativas de paz lanzadas por Lula o Petro que vienen a certificar que ante la decadencia del imperio y el intento de seguir agitando los tambores de la guerra, algo ha cambiado y América Latina y el Caribe tienen mucho que decir.

Ante el surgimiento de un nuevo mundo, queda la duda de si Europa despertará de su letargo de sumisión a Estados Unidos o tomará las riendas por fin de su política exterior en favor de la paz y la diplomacia. La oportunidad de cambio está más cerca que nunca y la ocasión perfecta sería la próxima Cumbre UE-CELAC en julio de este año en Bruselas. Cada vez está más cerca el poder comprobar si la Unión Europea seguirá siendo la del capital, lamiendo la bota del imperio o retomará su soberanía y se convierta en una verdadera Europa de los pueblos.