El 16 de septiembre de 2014 se libró una de las batallas más cruentas y letales de la historia reciente en Oriente Medio entre las Unidades de Protección Popular Kurdas (YPG) y el Estado Islámico apoyado política y militarmente por Turquía. La región norte de Siria conocida internacionalmente como Rojava había estado controlada por los kurdos desde 2011 en el contexto de la Primavera Árabe y estaba organizada mediante el confederalismo democrático. Después de que el ejército yihadista se hiciera con la ciudad principal de Rojava denominada Kobane, que da el nombre a este enfrentamiento, los combatientes kurdos defendieron sin descanso su legítimo territorio. Finalmente, tras 6 meses y 2 días de guerra urbana, consiguieron recuperar el control de la ciudad así como prácticamente la totalidad de las localidades del cantón. Este triunfo histórico para el pueblo kurdo pudo materializarse solo gracias a la participación de una organización armada de mujeres kurdas del norte de Siria, conocidas como las YPJ o Unidades Femeninas de Protección, esenciales para alcanzar la victoria de las tropas kurdas en el conflicto bélico. A pesar del borrado cultural que tradicionalmente se ha llevado a cabo en relación a esta organización kurda, la YPJ, como guerrilla femenina (y feminista) que es, está formada por mujeres formadas militarmente en Rojava (norte de Siria), las cuales se presentan voluntarias para luchar contra el Estado Islámico. Tanto han sido claves en la lucha contra el ISIS dentro de la nación de kurdistán que era comúnmente conocido que los combatientes de la yihad temían ser vencidos por mujeres kurdas ya que si morían en manos de ellas, Alá no tendría piedad de ellos en la otra vida.
Formadas en abril de 2013, las YPJ fueron el ala armada no mixta de las Unidades de Protección Popular, la facción armada oficial de Rojava y hermanada con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que lucha para la liberación y autonomía de kurdistán. A pesar de que son apoyadas por el régimen Sirio encabezado por Bashar el Asad, ya que han ayudado al ejército sirio en la guerra contra los rebeldes, estas unidades son consideradas terroristas por la Unión Europea, EE. UU. y la OTAN en su conjunto. Kurdistán es el mayor pueblo del mundo —500 mil km cuadrados— que carece de estado y los kurdos constituyen la tercera minoría étnica más numerosa en Asia Occidental tras los árabes y los turcos. Actualmente existen casi 50 millones de kurdos divididos en cuatro Estados: Turquía, Siria, Irán e Iraq, además de una diáspora por varios países de Europa.
La existencia de un grupo militar conformado y organizado únicamente por mujeres en la nación kurda tiene dos implicaciones directas y significativas en cuanto al desafío que supone de cara a los roles de género hegemónicos. Por un lado, pone en jaque las tradicionales estructuras de poder en Oriente Medio según las cuales las mujeres no tiene cabida en el ámbito de lo público y, por supuesto, lo militar (la mujer es un sujeto cuidador). Por otro lado, evidencia los avances sociales realizados durante los últimos años en relación a los derechos de las mujeres en el kurdistán sirio ya que la mayor parte de la población de esta nación (ya que por el momento no es reconocido como Estado) ve con buenos ojos la presencia de mujeres en las filas y admira fervientemente a las milicianas. De este modo, y por extraño que pueda parecer para el mundo occidental, la mayoría de los varones kurdos —el 90 % de religión islámica y el 10 % pertenecientes a otros credos— sienten un profundo respeto y confianza hacia las mujeres guerreras. A este respecto, Khaled Muhammad (nombre falso para preservar su seguridad y privacidad), joven kurdo de 24 años que hace escasos meses migró a Grecia como refugiado debido a la persecución sistemática que sufre su etnia en Irán, afirma rotundamente que “las YPJ son realmente milicias temibles en todo kurdistán que luchan mano a mano con las guerrillas masculinas e incluso llegan a alcanzar más victorias que sus compatriotas varones”.
Pero las YPJ no sólo defienden a su nación del terrorismo del Estado Islámico, también luchan activamente para proteger a las mujeres en un patriarcado islámico que las oprime y priva de derechos fundamentales. Defienden que la liberación de las mujeres es el paso necesario para llegar a la liberación de la sociedad, de todos los géneros y los pueblos, y de la misma vida. Por esta razón se puede afirmar que las guerrillas no mixtas destacan por ser tanto femeninas como feministas (y por supuesto anticoloniales) en tanto que luchan por la abolición del sistema patriarcal en sus países. En este sentido, uno de los objetivos de los y las militantes kurdas es constituir un Estado en el que hombres y mujeres convivan en democracia gozando de igualdad a todos los niveles, incluso instaurando formas organizativas típicamente propias de las mujeres. Muhammad, que insiste en la esencialidad de las mujeres en la lucha popular —armada y no armada— por la liberación de kurdistán, cree que éstas han ido poco a poco haciéndose con el espacio político hasta llegar a ocupar un alto porcentaje de ellas puestos de liderazgo dentro de la nación, todo ello “a pesar de tener que enfrentarse constantemente a la opresión étnica y de género en Oriente Medio”. El joven, que considera que limitar la lucha de las mujeres a un contexto de guerra y estudiarlas únicamente como sujetos militares sería un error, sostiene que “si se tiene en cuenta que las mujeres kurdas luchan por la democracia (tanto diplomática como militarmente) en una región donde las mujeres están tradicionalmente marginadas y excluidas de los países en los que viven, su reivindicación de la igualdad es aún más notable y necesaria”.

Por tanto, la liberación de kurdistán, que tiene miles de años de historia y una cultura que han mantenido hasta el día de hoy, y la consiguiente formación de un Estado propio, iría acompañado necesariamente de una igualdad real entre géneros, o al menos eso es lo que persigue la amplia mayoría de la población kurda. Aunque en kurdistán se pueden hallar formas e ideologías políticas de muy diversa índole, les une el hecho de que todas ellas pelean un mismo objetivo: socialismo, democracia e igualdad para todos los ciudadanos (en el caso de la minoría conocida como ‘ komele’, estos principios políticos deberían llegar de la mano del comunismo). En este ámbito cabe señalar que las mujeres que conforman las Unidades de Protección Popular Kurdas son herederas de un amplio movimiento de mujeres conocido como Rongreya Star que 30 años atrás luchó en Kurdistán y Medio Oriente contra el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo y que tuvo un papel fundamental en la llamada Revolución de Rojava. En lucha por una sociedad plenamente democrática, estas mujeres kurdas defendían y defienden que sólo a través de la liberación de la mujer puede transformarse la sociedad.
Hasta el momento las formas organizativas del pueblo kurdo, especialmente las que han formado parte del Rongreya Star, han estado fundamentalmente basadas en la participación paritaria en comunas y asambleas populares donde las decisiones son tomadas colectivamente. Mohammad atribuye esta presencia significativa de las mujeres en la vida pública y política a la propia cultura kurda, que se caracteriza por ser menos patriarcal que en la mayor parte de los Estados islámicos tradicionales en Oriente Medio y el Norte de África: “En kurdistán las mujeres tienen las mismas normas y oportunidades que los hombres, tienen libertad a la hora de vestirse y trabajan igual que los hombres desde que existe la cultura kurda”. Estos avances en materia de igualdad se manifiestan en la actualidad en la ausencia de hiyab en la vestimenta habitual de las mujeres kurdas. Ello hace que con frecuencia sea fácil confundirlas con mujeres occidentales, además de por otras particularidades unidas a su etnia que las diferencian de musulmanas de otros países como el uso de maquillaje y el hábito de fumar.
Aunque las mujeres participan en la línea de batalla en igualdad de condiciones que sus compañeros hombres, los peligros y vulnerabilidades que han de atravesar en el conflicto debido a su género son significativamente mayores que en el caso de ellos. Luchar en un mundo de hombres, especialmente en países como Irán, Siria e Iraq (y en ocasiones también Turquía) implica estar expuestas a la violencia sexual más atroz en caso de ser capturadas por sus enemigos de la yihad. Por un lado porque este tipo de violencia es usada como instrumento intimidatorio y ejemplarizante acerca de las consecuencias de enfrentarse al ejército del ISIS, pero por otro porque la presencia de mujeres en las guerrillas supone una amenaza para las narrativas convencionales de la guerra. En la religión islámica se cree que la lucha no es para las mujeres, se considera haram (pecado) y por tanto quienes van a la lucha deben ser castigadas. De esta manera, esta presencia femenina que visibiliza un modelo de mujer alejado del que suele darse en Oriente Medio, es reprendida con brutalidad. Tal es la magnitud de la violencia que sufren si son atrapadas por el ISIS que la mayoría de ellas, para evitar ser violadas y torturadas a causa del odio, beben cianato que suelen llevar consigo a la batalla para morir de inmediato y así evitar la violencia extrema.