Las cenizas de Paco Rabal y de Asunción Balaguer reposan juntas en Águilas (Murcia) en un nicho con una botella de moscatel, la preferida por Asunción, dos copitas y una campanilla con la que Paco la llamaba cuando no le llegaba la voz. A nueve kilómetros vive su hijo Benito Rabal, en Calabardina. Desde allí, frente al Mediterráneo, el director de cine, guionista y escritor ha reconstruido la vida sentimental y profesional de sus padres. Entre tantas memorias, las suyas propias, las de su pasión por el cine, su carrera cinematográfica, su vida universitaria fuera de las aulas, sus tardes con Teresa León en Roma durante el exilio… Pero este libro es sobre todo un homenaje al mundo del cine y del teatro en el que vivía y para el que vivía el clan Rabal Balaguer. Actores, actrices, directores, técnicos, pasean por el libro, desde Mario Camus, a Juan Antonio Bardem, Pepe Viyuela, y Sancho Gracia, Luis Buñuel, Orson Welles, Pablo Picasso, Rafael Alberti, Carlos Saura, Miguel Delibes, Fernando Rey, Fernando Fernán Gómez… y muchos otros personajes del mundo de la cultura y de la política. Muchas películas y series de las imprescindibles, rodajes en países lejanos y cientos de anécdotas.
Benito lo narra como quien nos cuenta un cuento, tirando de la memoria, del profundo cariño y respeto, con mucho humor y con esa destreza de escribir y rodar películas, redondeando historias, como la muerte en el avión de Paco Rabal cuando volvían de recoger un premio en Montreal y brindaban con champán. Benito ajusta ligeramente al que le hubiera gustado a Paco, pero nos lo dice. Los capítulos siempre acaban bien aunque tenga curvas y baches, o porque, como recordaba Benito, en la vida real no hay tragedia sino tragicomedia. Hasta la muerte; para que buscar otra vida en la que reencontrarnos, “¿Acaso no hemos disfrutado de esta? Cuando uno le agradece tanto, decirle adiós, no importa”.

GRACIAS POR MI VIDA
Benito Rabal
La Esfera de los Libros, 2023
Una cosa que Benito aprendió de sus padres fue el saber vivir la vida intensamente y rompiendo moldes. También a compartir, a disfrutar, a quererse. A comerse la vida a bocados o bebérsela a tragos saboreando hasta la última miga y la última gota. “Crecer bajo la bandera del amor, junto a dos personas que han roto su destino te enseña a ver el mundo de otra manera. Entiendes que la vida no consiste en una carrera de fondo en la que cumplir metas que te lleven a una futura felicidad, sino procurar que ésta se encuentre presente en cada momento».
La historia de una chica de familia bien que quiere volar y ser actriz y que lo logra con 14 años, saliendo de casa gracias a una madre que le da las alas que a ella le negaron. La chica cumple su sueño y en la compañía se encuentra con un chico atractivo y entusiasta, pobre en dineros pero rico en familia: son muchos, bien avenidos, se cuidan y se quieren. “Los pobres siempre encuentran alivio en la unidad de su miseria”, escribe Benito. Y así se vivía en la casa de los Rabal, compartiendo techo y viandas. Dos mundos, el de Asunción y el de Paco que se unen en el teatro para protagonizar una vida de película con claros y oscuros, distancias, desencuentros y encuentros. Toda una vida compartida repleta de amor y complicidad.
Las historias, en la vida como en la ficción, se ubican en un contexto, en un espacio y un tiempo que en esta obra arranca con la república: “Andaba España revuelta en el año 1936. Parecía que el obscurantismo en el que el país había estado sumido desde que los Reyes Católicos, esa pareja de genocidas, sentaron las bases de un Estado regido por leyes del más allá en beneficio de unos cuantos del más acá, tocaba a su fin con el triunfo del Frente Popular. Pocos periodos de tiempo había vivido el país bajo el manto de la razón y la libertad en los casi quinientos años transcurridos”. Faltaban un par de décadas para que naciera Benito. Les hicieron la guerra y se impuso la represión y el hambre de la posguerra. Cuando Benito creció todo estaba prohibido y la estulticia reinaba por la gracia de Dios y de Franco. Lucha, exilio, la Transición: “la modernización del país, el recuperar los años que llevaba de atraso con sus vecinos, tenía sus costes. (…) La entrada en la OTAN, la reconversión industrial, el freno a una auténtica reforma agraria o el pacto de silencio que libraba de castigo los crímenes de la Dictadura, dejaban claro que la senda de la democracia no iba a ser como la habíamos deseado”. Y luego el golpe de Estado “cuyos artífices lograron que el país agachara la cabeza y asumiera que los cambios vendrían despacito y con la buena letra que conviniera a los poderes económicos. El rey Juan Carlos I , a quien hasta ese momento nadie hacía ni caso, de la noche a la mañana se convirtió en el salvador de la democracia sin más mérito que el de no trabucarse en el discurso televisado que le tenían preparado”. Benito en estado puro.