“…campesinos que han perdido el campo y no han ganado la muy difícil civilización”
(Eugenio Montes, guionista de ‘Surcos’, 1951)

Los tractores se han echado a la calle, briosos y engalanados, hacen suyas las carreteras que conducen a la ciudad, cualquier ciudad española, aunque ya sabemos que la ciudad de ciudades es la ciudad de Madrid, donde está el principal objetivo a tomar, por lo civil o por lo criminal; más o menos era ese el mensaje transmitido a mediados de febrero en el cartel que un regante de Valladolid mostraba a cámara: “No pedimos. Venimos a ¡¡tomar!! lo nuestro” …

La protesta en cuestión tenía lugar justo un mes después de que se conociera la siguiente noticia: “Destruyen 235 metros lineales del yacimiento de la ciudad vaccea de Pintia en Valladolid”. El surco abierto por dos tractores excavadoras para la instalación de una canalización de agua de regadío en plena Ribera del Duero arrasó una zona de gran valor arqueológico. Hablamos de una zanja de 230 metros, un metro cuarenta de profundidad y medio metro de anchura. El autor del atentado carecía de permiso alguno, difícilmente habría conseguido autorización para roturar sobre una importante secuencia estratigráfica de 4 metros de espesor que lleva desde el Bronce hasta la época romana. Son elocuentes las cifras de la “fechoría”, según manifestó el propio consejero de cultura de la Junta de CyL (VOX), “se han destrozado 1610 metros cúbicos de terreno. Para que os hagáis una idea, en los últimos 12 años de investigación se han removido 900 metros cúbicos de material”.

El yacimiento vacceo de Pintia, una “Atapuerca” de la Edad del Hierro, es todo un símbolo de cierta desidia histórica y de una secular falta de respecto con la protección del patrimonio histórico, como demuestra la acción perpetrada por el tractorista regante de Valladolid. Hay leyes frente al expolio, sí, pero ya vemos. Y no se merecían ese tratolos vacceos, un pueblo prerromano asentado en el sector central de la cuenca del Duero, cuya existencia está probada al menos desde el siglo III a. C. Polibio relata la toma por Aníbal, en 220 a. C. de las ciudades vacceas de Helmántica (Salamanca) y Arbucala (Toro).

Uno de los rasgos más destacados de la organización socioeconómica de los vacceos era la existencia de una importante actividad agrícola cerealista (donde se cultivó fundamentalmente el trigo y la cebada), basada en un régimen de propiedad colectiva. Su producción era de tal magnitud que numantinos y arévacos dependían de los vacceos para aprovisionarse de cereal, así Escipión Emiliano cuando sitió Numancia entre 134 y 133 a. C., saqueó las cosechas de los vacceos para impedir que las víctimas del asedio se aprovisionaran. Esta exuberancia agrícola también hizo que los vacceos fueran objeto preferido de razias y correrías. Vamos, que no se libraron de vivos, ni tampoco de muertos les dejan algunos descansar en paz.

El regante de Pintia debería ser consciente de que su moderno know how, lo que ahora podríamos traducir por saber hacer laboral, o sea el conocimiento labrado y transmitido durante siglos nació justo en la tierra que él ha maltratado con su irresponsabilidad y su maquinaria. Acerca del sistema agrario de los vacceos, el cronista griego Diodoro escribe lo siguiente: “El más avanzado de entre los pueblos vecinos a éstos [los celtíberos], es el conjunto de los llamados vacceos: pues éstos, cada año, distribuyen la tierra arable a los labradores, y poniendo en común sus frutos, entregan a cada uno su parte, y a los labradores que se apropiaban de alguna parte para ellos mismos…”

Los vacceos tenían una importante actividad agrícola basada en un régimen de propiedad colectiva. Algunos historiadores hablan de un socialismo primitivo.

Aupados por esta descripción, los historiadores modernos han especulado sobre un sistema colectivista de administración agrario entre los vacceos, llegando algunos autores —más notablemente Joaquín Costa— a asociaciones políticas con un posible socialismo primitivo. ¡Qué cosas nos revela la historia cuando no se la ignora!

En 2018 las librerías anunciaban La edad de la penumbra como el libro más polémico del año: la destrucción del mundo clásico y pagano a manos del cristianismo temprano, un demoledor ensayo de la periodista británica Catherine Nixey. Pero hoy sabemos que la hoguera del fanatismo no prende solo por la religión, también el dinero, incluso la estupidez, aportan su ración de leña para avivar el fuego.

¿Cuál es el último significado de la ardorosa expresión: “Tomar lo nuestro”?