Con el mes de agosto, en sus postrimerías, nos ha dejado un gran hombre, un artista genial, un escultor y pintor polifacético de los que hacen época, un revolucionario y comunista ejemplar, cuya firmeza sólo era comparable con la de los materiales en que cincelaba sus esculturas, entre las que destaca la del Che Guevara en Santa Clara (Cuba), de treinta metros de altura y veinte toneladas de peso, que preside la plaza dedicada al heroico guerrillero.

Delarra estuvo en Madrid varios años, allá por los 50, conociendo de cerca la realidad que vivía nuestro país en aquella etapa y sobreviviendo con algunos trabajos encargados por particulares casi siempre muy modestos. Contaba el maestro que puso fin a su estancia en España en el momento en que recibió una carta de su padre, tras el tiempo de la Revolución Cubana, en 1959, donde le decía «Hijo vuelve a Cuba que Fidel es comunista». Entre carcajadas, hacía referencia al contraste entre el mensaje paterno dirigido a él y los que recibían algunos compatriotas suyos aquí en España en los que les recordaban que no volvieran a Cuba precisamente por la adscripción ideológica de la revolución.

Desde ese momento, José Ramón de Lázaro Bencomo, de nombre artístico y popular José Delarra, consagró lo mejor de su hacer, de su vida y de su obra, de su habilidad y de su arte, a la Revolución en la que tanto creía y a la que tanto amaba. La escultura y la pintura, puestas al servicio del pueblo cubano y de los pueblos y gentes oprimidas de la tierra, fueron y son sus vehículos de expresión.

Realizó más de 20 esculturas monumentales en varias provincias de Cuba, así como en más de una decena de países, entre los que se encuentra España (Galicia, Asturias, Cantabria, etc.). Entre las más destacadas está la de los esposos Rosemberg en La Habana, el monumento funerario en el que reposan los restos del Che en Santa Clara, el memorial a Antonio Maceo, en Santiago de Cuba y otras muchas que le sobreviven y hacen inmortal, para deleite de las generaciones presentes y las futuras.

Pero cuando le preguntaban si se consideraba el escultor del régimen, él respondía con prontitud «soy un escultor incondicional de la revolución, pero no oficialista, por que la revolución no necesita escultores oficiales ni comprados».

Pintor y escultor

Como pintor también destacó por sus pinturas coloristas, alegres como su creador, en las que el caballo, símbolo de la independencia, el gallo o la mujer aparecen en diversas formas y manifestaciones.

Siempre en primera línea, anduvo con sus herramientas de trabajo y de lucha, el cincel y el pincel, por países necesitados de esa solidaridad internacionalista que siempre ha derrochado el pueblo cubano del que se enorgullecía de formar parte. Cuentan que estando realizando una escultura en Angola le sobrevino una afección leve pero dolorosa cuya única solución era quirúrgica, proponiéndole la repatriación a Cuba para intervenirle, lo que no consintió hasta que hubo finalizado por completo su escultura, dando testimonio una vez más de su tesón y entrega.

Fuerte vocación política

En tiempos en que, tras la caída de la URSS, Cuba pasaba por problemas económicos, Delarra se lanzó a hacer exposiciones por diversos países del mundo recaudando fondos que su pueblo necesitaba imperiosamente en aquellos momentos. Conseguía con ello miles de dólares y a pesar de esto nisiquiera llevaba un modesto regalo para su familia, entregando hasta el último centavo al Gobierno Cubano. Una honestidad y lealtad inquebrantable a su pueblo y a sus ideas.

Todo ello le valió el reconocimiento de su pueblo que le hizo Héroe del trabajo de la República de Cuba y le eligió como Diputado en la Asamblea Nacional de Cuba, cargo que desempeñaba en la actualidad, sin abandonar por ello su extensa y fecunda producción artística.

Porque Delarra no sólo era un artista excepcional, sino también una persona con fuerte vocación política, un comunista de casta, informado siempre de los acontecimientos que ocurrían y con fino análisis, siempre optimista, ilusionado e ilusionante.

Pero de Delarra no sólo hay que apreciar al artista con vocación política o al político con vocación de artista, sino también a una persona vitalista, entusiasta, alegre, de conversación amena y a menudo irónica, entrañable y muy sencillo y modesto, una conversación con él paseando por La Habana vieja, en su taller de trabajo, en las noches que se hacían cortísimas en su casa, decorada con obras suyas, en compañía de Isabel su esposa o Marta Dennis su amiga del alma y con unos traguitos de ron por medio, teníamos la sensación de estar en un ambiente de camaradería, paternidad y amistad sincera, al tiempo que con un hombre que retrataba, con su verbo y con su arte, la Revolución cubana.

El corazón, ese corazón tan grande para el género humano que no le cabía en el pecho por su magnitud, le jugó una mala pasada y a nosotros también. Delarra se nos ha marchado físicamente, pero su ejemplo personal, su obra y sus convicciones permanecen con el pueblo cubano, con los oprimidos y con los que, como él nos consideramos comunistas. Hasta siempre, maestro y amigo, nosotros cogemos la antorcha y continuaremos tu lucha.