«El hombre palestino está desesperado por no poder alimentar a su familia. La mujer palestina es el eje de la sociedad pues lleva el peso de la familia, busca trabajo fuera de la casa y dentro de la casa aguanta una tensión constante, sin saber si su marido va a volver a casa cada día o va a ser detenido por las fuerzas israelíes». Son palabras duras pero extraídas de una realidad que no podemos obviar. Pertenecen a una joven palestina, Zaira, que tiene su vida a caballo entre aquella tierra y nuestro país.

Menciona luego a los niños, quienes «viven atemorizados, con miedo a ir al colegio, a separarse de sus padres, viendo la humillación de los controles (checkpoints), que son los que deciden la vida de la gente: dejarte pasar, retenerte, matarte… Necesitamos la ayuda internacional; la ocupación está destrozando la vida diaria de la gente: es un asesinato físico y psicológico».

La exposición en detalle de lo que Zaire relata se puede leer en un libro editado por la Asociación Paz con Dignidad, con el clarividente título de «Violación de derechos humanos en Palestina: crónicas del apartheid». Se trata de un pormenorizado estudio histórico, social, cultural, económico de un conflicto que marcó y marca las últimas siete décadas de nuestro tiempo, surtido de mapas, cuadros gráficos, cronología del conflicto y, algo muy destacado, los principales acuerdos y desacuerdos entre los representantes palestinos, países árabes y el Estado de Israel desde la Conferencia de Paz para Oriente Medio celebrada en Madrid en octubre de 1991. Su lectura es altamente recomendable.

De sus páginas sacamos los siguientes datos. Los ingresos diarios de los trabajadores palestinos pasaron de 15 dólares en 1999 a 13 dólares en 2003, mientras la canasta básica se incrementaba en un 17%. Las causas de la crisis son dos: el cierre del territorio y la fragmentación del mismo, convirtiendo en un acto de resistencia la mera supervivencia. La destrucción de más de cien mil olivos, la imposibilidad de acceder a los campos que quedan al otro lado del Muro y la desconexión de éstos de la red de agua está haciendo que en muchas comunidades la agricultura ni siquiera pueda efectuar la función de subsistencia y mucha gente se haya quedado por completo sin recursos.

Las elevadas tasas de paro, la reducción de nivel de ingresos, consumo y ahorro, han provocado una drástica caída del nivel de vida y un incremento de la pobreza. Tanto es así que se ha pasado a una total dependencia de la ayuda internacional, a la que están abocados más de un 30% de los 3,5 millones de palestinos que viven en Gaza y Cisjordania.

El puzzle territorial

La fragmentación del territorio en áreas geográficamente no continuas (la división en tres zonas: A, B y C), cuya salida y entrada está vigilada y controlada por Israel -consecuencia de los Acuerdos de Oslo- tiene un impacto devastador. Ha perjudicado la actividad económica al dividir unas unidades económicas y al negar a los palestinos tanto el control de sus fronteras interiores y exteriores como la movilidad. Israel controla la mano de obra, la tierra y el agua.

Actividades fundamentales como la enseñanza y la sanidad dependen, en muchas ocasiones, de la entrega personal de los profesionales o de las propias mujeres que asumen esas responsabilidades como una parte más de sus tareas cotidianas. Y, mientras, como recordaba Zaira, avanza «la ocupación civil de los colonos israelíes, nos roban nuestras casas y tierras, colonos que están más armados que su ejército».

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