Hoy, mencionar la Hoja de Ruta es como mentar la Biblia. Conviene aclarar en qué consiste pues, de otro modo, no se entendería ninguna de las cábalas vertidas en los medios de comunicación. Auspiciada en mayo de 2003 por el Cuarteto -Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU- comporta tres fases. En la primera, los palestinos deben cesar sus acciones violentas e Israel retirarse de las zonas ocupadas desde el año 2000. Asimismo, se debía reformar el poder de la Autoridad Nacional Palestina para limitar el poder del entonces Presidente Arafat, pero también se congelaría la política de asentamientos y confiscación de tierras en Palestinas y las políticas de terror israelíes.
La complejidad del primer punto, y la condición ineludible impuesta por Israel -que se cumpla el primer punto para pasar a los dos restantes- anulan la efectividad de la posibilidad de un Estado palestino independiente y la resolución de las cuestiones pendientes, tales como el acceso al agua, las tierras ya ocupadas, el vergonzoso muro, los cuatro millones de refugiados palestinos, etc.
Para el gobierno de Israel es muy cómodo aferrarse a esta Hoja de Ruta, dado que justifica su política de ocupación y represión, a sabiendas de que cuenta con el respaldo de Estados Unidos por su condición de pieza clave en el entramado estratégico de Oriente Próximo. También saben que les conviene la existencia de una Autoridad Nacional Palestina, a la cual culparles de los ataques ‘terroristas’ sobre sus ciudadanos, del mal gobierno de los territorios autónomos de Gaza y Cisjordania y, de paso, ahorrarse el coste que les supondría pagar por el mantenimiento de un territorio que tienen ocupado.
La ‘palestinidad’
Al contrario. Ocupan pero se olvidan de los ocupados. Confiscan más tierras en Cisjordania a cambio de una promesa: retirada, a partir de finales de 2005 y si las condiciones lo permiten, de Gaza. Un dato: en Gaza viven, aproximadamente, 1,3 millones de palestinos y 7.5000 colonos israelíes. En Cisjordania, anuncian la retirada de las zonas con menos colonos (4 asentamientos de unos 1.000 colonos), a cambio de reinstalar allí a los evacuados de Gaza y legitimar con fuerza de ley los 400.000 colonos que habitan en Cisjordania y Jerusalén Este.
A Israel le conviene los ataques de las organizaciones palestinas radicales. Sólo así, el estado judío se presenta como un Estado democrático que combate el terrorismo internacional, confisca más tierras, continúa con el levantamiento del muro en Cisjordania y convence a la opinión pública internacional de que los malos son los de Hamas o la Yihad Islámica, autores de los asesinatos sobre su población.
Pero, hay un hecho incuestionable. Es lo que el arabista Pedro Martínez Montávez llama ‘palestinidad’: «La palestinidad es, sencillamente, qué es ser palestino, su identidad. Y eso está por encima de ideologías políticas, porque ha ido cristalizando poco a poco». Las claves del conflicto están en las condiciones que refuerzan esa identidad y no en si se cumple o no la Hoja de Ruta, si tras las elecciones, anunciadas para el 9 de enero de 2005, el próximo Presidente de la Autoridad Nacional Palestina goza de más o menos simpatía de los gobiernos de Estados Unidos e Israel.
El odio en Palestina hacia Israel tiene hoy sus raíces en lo económico, más que en lo político. La OLP reconoció por el Acuerdo de Oslo (septiembre de 1993) al Estado de Israel; como contrapartida, Israel otorgaba el carácter de autonomía a los territorios ocupados desde la guerra de 1967. Según datos de la ONU, el 60% de la población palestina vive con menos de dos dólares al día y las cotas de desempleo alcanzan a la mitad de la población activa (67% en Gaza y 48% en Cisjordania).
Israel controla el 90% del agua en Cisjordania. Mientras los residente árabes tienen prohibido horadar pozos, los colonos israelíes no tienen límite. El consumo de éstos últimos es 17 veces mayor que el de un palestino, el cual paga por el agua el doble de precio. Los puntos de control israelíes (chekpoints) sobre las fragmentadas Gaza (tres cantones) y Cisjordania (227 cantones) hacen imposible el intercambio comercial entre los propios territorios palestinos. La movilidad es una odisea de final incierto.
Con el dominio absoluto de Israel sobre las fuentes de producción -mano de obra, tierra y agua-, las estructuras comerciales y los poblados palestinos, más de 3,5 millones de ellos dependan de la ayuda internacional para su subsistencia. Organizaciones No Gubernamentales, Cruz Roja o la ONU alimentan a una población hambrienta y exonera a Israel del cumplimiento del Derecho Internacional, que establece dicha obligación a la potencia ocupante.
Peligro demográfico
Esa presión sobre el desarrollo de una vida normal sirve de acicate a la Intifida. Las sanguinarias acometidas del ejército israelí sobre los campos de refugiados y las ciudades palestinos han insuflado más oxígeno a la resistencia palestina, a lo que el gobierno de Sharon llama ‘terrorismo palestino’ en forma de atentados suicidas. En cuatro años de Intifada, el odio árabe ha quebrado cualquier aproximación de Estados Unidos para lograr su propuesta de paz en toda la zona de Oriente Próximo.
Desde el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, CSCA, advierte de otro ángulo no menos relevante, el peligro demográfico. «Los gobernantes israelíes, ya sean del Likud, laboristas o de cualquier otra formación sionista (para poder presentarse a las elecciones en Israel, todo partido político tiene que aceptar que Israel es un estado judío) siempre tuvieron presente en sus diferentes estrategias el ‘peligro demográfico’. Éste, para los sionistas -aquellos que anhelan el Gran Israel-, era la posibilidad de que la población árabe tuviera mayor número que la población ‘israelo-judía’. La necesidad, pues, de asimilación de drusos, beduinos y marginalmente otros árabes, la expulsión por la fuerza administrativa, como está ocurriendo en Jerusalén, o la económica, en Gaza y Cisjordania, junto con su corolario de integrar a inmigrantes de todo pelaje, pero que acepten las reglas racistas del Estado de Israel, forman parte de un todo», asegura Santiago González, miembro del CSCA.
Martínez Montávez habla del conflicto en términos de generaciones, de proyectos, de matices del proyecto común palestino, y no de personas como apuntan muchas de las interpretaciones en el sentido de que Arafat era el problema. «A lo mejor, las nuevas generaciones de palestinos, que hablan árabe y hebreo, que se han formado en un contexto cultural y político israelizado, que no quiere decir despalestinizado, tiene otros mecanismos de discusión». Pero, advierte de que también las autoridades israelíes pueden tener la intención de aprovechar la confusión actual para liquidar definitivamente esa aspiración palestina a un Estado independiente.
Habrá elecciones en enero próximo. El Presidente interino, Rouhi Fatú, en calidad de presidente del Parlamento, ha convocado estos comicios con todas las incógnitas del mundo a su alrededor. ¿Cómo puede desarrollarse una jornada electoral libre y democrática si a cada paso hay que sortear un control?; ¿votarán los palestinos de Jerusalén Este o lo impedirá Israel porque tal acto supondría el que renuncian a Jerusalén como capital de su Estado? La comunidad internacional no puede ignorar por más tiempo la injusticia que Israel comete sobre el pueblo palestino.