La obra poética y ensayística de Raúl González Tuñón ha quedado, por lo menos en nuestro país, en un olvido tan injusto como interesado. Es cierto que César Vallejo, Pablo Neruda o J. L. Borges han sido en diferentes etapas referentes de la poesía latinoamericana, más aún, se convirtieron por diferentes motivos en los discursos hegemónicos poéticos.
Sin embargo una lectura atenta y desapasionada de la poesía de Raúl González Tuñón nos muestra un poeta que traspasa las lindes del localismo para alcanzar lo universal poético. Autor de más de una veintena de poemarios fue testigo de su tiempo: Viaja a Europa varias veces: Viene a España en 1929 de camino a París donde vive el auge surrealista para volver en 1935. En este segundo viaje toma contacto con los poetas republicanos y participa en la agitación cultural de esa época. Retorna a París para asistir al Primer Congreso de Intelectuales para la defensa de la Cultura. Entonces se relaciona, entre otros, con César Vallejo, Robert Desnos, Louis Aragon, Paul Eluard, Tristan Tzara y B. Brecht. Después, en 1937, regresa a España donde participa en Segundo Congreso de intelectuales. Y después de viajar por distintos países se instala definitivamente en Buenos Aires donde había nacido el 26 de marzo de 1905 en el seno de una familia de emigrantes asturianos. Este año, pues, cumpliría, cien años.

Sin esta perspectiva histórica, no podemos comprender el alcance de su poesía que es una voz, otra más, entre las grandes de su tiempo. Por esto en su poesía se dan cita la fantasía y la conciencia, el orden y el caos. Él mismo, en uno de los ensayos de La literatura resplandeciente, fundamenta su quehacer poético: “Un arte, una literatura, en fin, que considerando todos los matices, los caminos infinitos, la vasta geografía de la realidad y la imaginación, tiene sus raíces en la tierra y de esta asciende ‘flamboyant’ enviada hacia la altura, hacia el futuro. No nos gusta las clasificaciones, pero lo designaríamos como realismo romántico.”

En un recorrido por su poesía podemos encontrar varias etapas aunque su unidad y coherencia siempre están presentes, conceptos que nacen de una actitud anticapitalista y profundamente dialéctica.

En un primer momento, el espacio que va desde sus inicios hasta el encuentro con la realidad española, el “yo” poético hunde sus raíces en el romanticismo y en el simbolismo desde donde contempla el mundo de los sujetos y objetos situados en las periferias urbanas. Es el mundo de El violín del diablo, Miércoles de Ceniza, La calle del agujero en la media, El otro lado de la estrella y Todos bailan. De este tiempo es significativo el poema “Escrito sobre una mesa de Montpanasse” donde leemos: …” Y no se hable de mi corazón. // Yo quisiera // anunciar la función en los circos /7 dando puñetazos a las estrellas rojas. // Yo quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo // para que rabien los millonarios. // Yo quisiera interrumpir todas las conversaciones // telefónicas // para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí … Yo quisiera arrojar una bomba, derrocar un gobierno, // hacer una revolución con mis manos amigas de la luz y de la caricia … para que venga Blanca Luz y me ame.”

En los poemarios siguientes como La rosa blindada, La muerte en Madrid, Canciones del Tercer Frente, Himno de la pólvora el caos da paso a la una objetivación del mundo sin que esto suponga un déficit en su voluntad poética. El mundo, entonces, como todos sabemos, no estaba para una lírica subjetivista. El dolor de uno es parte ahora del dolor de muchos: “Así cayó, así cayeron con él las buenas gentes, las palomas, // la veleta, // y el sol que estaba entonces dorando los canarios. // La noche de ceniza se hizo sobre la casa, de súbito cubrió // los rostros, // las cosas que quedaron. Así fue, mientras nuestros bravos soldados // combaten en la cintura de la ciudad maravillosa. // Muertos sin hospital, sin velatorio, sin entierro, muertos // anónimos, sí, // pero amados, es por vosotros que nosotros vivimos // para esperar que crezca la flor nueva del mundo, en // vuestras ruinas,” leemos en el poema “Los obuses” de La muerte en Madrid.

Y, por último, la síntesis. La veleta (fantasía) y la antena (conciencia) se alían en libros como A la sombra de los barrios amados, Demanda contra el olvido, Versos para el atril de una pianola, El rumbo de las islas perdidas, La veleta y la antena en los que se corporeiza su visión de realista romántico y en el que convoca a otros poetas que van desde François Villon hasta B. Brecht a título de homenaje explícito o de intertextualidad. Esta convocatoria de otros poetas no es gratuita ni culturalista. Es una búsqueda de universalidad compartida, una búsqueda de armonía en un mundo donde el capitalismo sólo genera dolor y espanto.