Nos empeñamos en doblegar al tiempo. Lo medimos, lo encorsetamos, lo enlatamos sin percibir por un solo instante que éste tiene sus propios ritmos. El tiempo no se mide por horas, ni por minutos, ni por días, ni por años. Se mide por vivencias. Puede ser tan efímero como eterno, como así lo mediría Horacio González en la cárcel de Santoña, donde la condena a muerte que llevaba pegada a la piel -después del juicio sumarísimo al acabar la guerra- le hacía vivir a plazo corto y morir un poco cada noche en la espera de ese incierto amanecer fusilero.
Debió beberse la vida en un suspiro cuando le cambiaron la pena de muerte por años de cárcel. Horacio González, Alcalde del Pozo del Tío Raimundo. Buena gente. Año cincuenta y seis. Seguramente, las primeras elecciones democráticas en este país después de la guerra. Un bar, un sombrero donde se depositan las papeletas y el Pozo tiene Alcalde. Aquí, el Alcalde de Madrid, aquí el Alcalde de El Pozo, le dijo a modo de presentación José María de Llanos al conde de Mayalde. que se quedó de una pieza en una visita que hizo a El Pozo.
Cincuenta años de barrio pueden parecer muchos, pero si se han vivido intensamente, a pesar de que la memoria entrecruce los recuerdos, siempre se llega a los orígenes. Finales de los años cuarenta. Años de mucho miedo y de mucha hambre en los pueblos. Años de vencedores y de escarnio de vencidos. De caciques enfebrecidos por discursos huecos de delirios imperiales y quimeras patrioteras, que deciden cada día quién pasa más hambre dentro del hambre general: Tú sí, tú no trabajas. Años de una sola patria para todos los pueblos, un solo Dios para todos los credos y hasta un solo color por decreto: el azul pardo para las camisas de brazo en alto. Una misma asfixia que cubría la bota militar hecha a la medida de España. Años en que parecía como si la propia tierra se hubiera acostumbrado a estar inactiva y se hubiera hecho holgazana, o que quizá, ante tanta destrucción, hubiera envejecido de tal manera que ya fuera incapaz de sementar. Lo cierto es que, a falta de abonos y sobrada de sequías, la tierra producía cosechas de hambre que se enseñoreaba de los pueblos y penetraba casa a casa y cuerpo a cuerpo.
Hambre y Trenes
El hambre desespera y pone marcha a los pies de miles de campesinos que llenan aquellos trenes de máquinas de carbón y de velocidad interminable, que con más humo que prisa los lleva camino de las grandes ciudades.
Madrid les da trabajo. Solamente. Llena sus pensiones de miles de jornaleros que las convierten en la antesala de alguna chabola en los aledaños madrileños.
Pozo del Tío Raimundo, 1955. Un cura, el Padre Llanos, decide volverse loco y agarrado del brazo de Pepe Jiménez de Parga buscan barrio para vivir, Surge el flechazo en un enorme campo de trigales y garbanzos, en el fin del mundo de Madrid, con algunas chabolas esparcidas y muchas de ellas cosidas solidariamente por sus costillares, pero sobre todo encandilado por su gente.
Seguramente José María de Llanos venía El Pozo de camino de Dios, tropezó con el hombre y fue cuando verdaderamente creyó. Profundizó y asumió tanto sus postulados que pasó de cura jesuita a cura comunista.
Pozo del Tío Raimundo y Padre Llanos, desde entonces y ya para siempre, emprenden mano a mano una lucha imparable, frenética, de superación, de agruparse, de organizarse, de hacer barrio, de rebelarse contra la condición de marginalidad a la que parecía que se estaba destinado. Pozo marginado entonces, jamás marginal.
Años de lucha febril contra unas condiciones de vida sumamente duras: de chabolas a casas bajas como en los pueblos, de calles de barro a carbonilla primero y asfalto después, de traer agua, luz eléctrica, Pero sobre todo años de fomento de la solidaridad, de la rebeldía contra la dictadura, de punto de referencia en la conquista de las libertades democráticas, de organización vecinal, del nacimiento de la Asociación de Vecinos que ya no parará en hacer un barrio profundamente reivindicativo hasta llevarlo a su situación actual.
Hoy el Pozo del Tío Raimundo, cincuenta años después, es una hermosa realidad. Es un barrio arquitectónicamente moderno, luminoso, diseñado ladrillo a ladrillo por sus propios vecinos y conseguido a base de mucha lucha tenaz y solidaria.
El año pasado, el 11 de Marzo, nuevamente nuestro barrio, el Pozo fue señalado. Esta vez por el terrorismo ciego que lo sembró de muerte y desolación. Jamás el terrorismo y los terroristas, que no tiene detrás ninguna patria, ninguna religión, ningún pueblo que los avale, que solo se representan a sí mismos, podrán conseguir que el Pozo de un solo paso atrás en sus convicciones democráticas. Seguiremos reafirmándonos ciudadanos del mundo.
El Pozo, hasta en los años más difíciles, siempre celebró Fiestas Populares en el entorno del 1 de Mayo como símbolo de esperanza y como punto de referencia de barrio trabajador.
Hace dos años, por decisión vecinal, no se celebraron por solidaridad con el pueblo de Iraq. No se podía entender que mientras morían miles de ciudadanos en una guerra injusta nuestro barrio estuviera de festejos.
Este año, que las celebraremos en Septiembre para hacerlas coincidir con el cincuenta aniversario de la llegada de José María de Llanos al Pozo, queremos que el contenido de las mismas sea la emigración, Que nuestro barrio, que fue de inmigrantes, pueda ser un punto de referencia positivo, de esperanza. Intentaremos que en esos días se puedan resaltar todas las claves positivas que atesoran: culturales, gastronómicas, sociales, y también que salgan a la luz sus condiciones durísimas de vida, que a nosotros, a los vecinos de El Pozo, nos rememoran las nuestras. Intentaremos que al menos por esos días los emigrantes dejen de ser transparentes, que además de mirarlos sean vistos en su realidad. Y sobre todo que las miradas sean integradoras.
* Asociación de Vecinos de El Pozo del Tío Raimundo