Lo frívolo, para empezar. El príncipe Carlos de Inglaterra deberá pedir perdón al ex-marido de Camilla para poder casarse con ella. ¿Por qué? Por haber mantenido relaciones adulteras con su mujer. Lo insólito es que todo quede entre hombre y hombre: El honor tiene que ver con el machismo.

El Papa ha cerrado la Semana Santa: Doce minutos en su balcón del Vaticano sin poder decir ni una palabra. Lo insólito es que un empleado de cualquier actividad se jubile a los setenta años como máximo y que el Pontífice con más de ochenta y cinco, sea «infalible» sin moverse y sin hablar.

Para los franquistas retirar las estatuas de su «Generalísimo» ha sido como decapitarlo. Lo insólito es, que, desde su punto de vista despejar las ciudades de reminiscencias dictatoriales signifique volver al pasado, y no sea conservarlo mantener todos sus signos. Amenazan con «males mayores» si se toca el Valle de los Caídos.

Tal vez en Francia se diga «no» a la Constitución Europea. Los franceses tienen experiencia y luchan para no equivocarse. Lo insólito es que nosotros nunca digamos no, preferimos decir «amén».

Hemos empezado a oír hablar de «liberalización de servicios». Se había liberado ya el capital y los productos, ahora le toca el turno a la mano de obra. ¿Cuando se liberará a los hombres y mujeres que luchan por sobrevivir a tanta liberalización? Se llama «liberalizar servicios» a contratar trabajadores del Tercer Mundo con el mismo salario y los mismos derechos que en sus países de origen. ¿Acaso si tuvieran un salario digno y algún derecho se vendrían a que los explotaran aquí? Los únicos libres son los dueños del capital. Desde hace siglos la tierra sigue siendo del terrateniente.

Es dura nuestra memoria; es triste nuestro olvido, ¿quién piensa ya en los Balcanes?, ¿quién recuerda Afganistan?, ¿y de Ruanda? Sólo cuando la mencionan en el título de una película. ¿Qué pasa con Iraq? Lo insólito es que nos creamos internacionalistas y que entre nuestros principios esté la solidaridad. Nadie debe quedar en el olvido.