Mundo Obrero: Hace más de treinta años que está usted por estos pagos. ¿Qué circunstancias artísticas, políticas y personales lo convirtieron en un inmigrante?

Quintín Cabrera: La casualidad. Había participado en Cuba en el importantísimo festival de Canción Protesta del 67 (piensa que sirvió de detonante para que naciera la Nueva Trova Cubana) junto a los más grandes cantautores del momento (aún no se usaba este malhadado palabro…), desde Bárbara Dane de Estados Unidos a los Parra de Chile, desde Martha Jean Claude de Haití a Carlos Puebla de Cuba, desde el francés Jean Ferrat a cantantes vietnamitas, africanos etc.. Aunque parezca mentira, para ir de Uruguay a Cuba había que pasar por Europa y al regreso me quedé en Paris, luego viajé a Estocolmo y de allí a Barcelona con la intención de regresar a París para retornar a Montevideo. Fui por unas días a Catalunya y me quedé veinte años y un día. Nunca fui asilado político. El golpe de Estado en Uruguay se llevó a cabo cuando yo ya estaba aquí.

Como diría nuestra compañera, Doña María Toledano, «llevamos la biografía grabada en el rostro. Todos los días… mostramos nuestra historia personal con las expresiones que utilizamos, la forma de mirar el mundo, con el sentido que intentamos dar a las cosas». Quintín Cabrera tiene una cara y un corpachón que invita a la confianza y, en cuanto abre la boca, se descubre el niño que todavía lleva dentro, apasionado, juguetón, alborotador. No ha quedado más remedio que reconocer su trayectoria de constante denuncia desde su palabra y su música: «Nombrando a la Democracia,/ sojuzgaron y mintieron,/ejecutaron, mataron,/ bombardearon, sometieron…»

M.O.: Dicen de usted que lleva «35 años dando la nota» y añaden: sus letras y compromiso social siguen tan vigentes. ¿No hemos arreglado nada?

Q.C.: Bueno, en realidad ya son treinta y nueve.
Yo aprendí a hacer canciones escuchando a Atahulpa Yupanqui, a Carlos Puebla, a Carlos Molina…
En el Río de la Plata es tradición el «cantar opinando» como aconsejaba Martín Fierro. Y yo bebí de estas fuentes. Un viejo gaucho, Herminio Benítez, me enseñó los primeros acordes en la guitarra y a no «cantar mintiendo».
Por otra parte, además, me eduqué en la calle, en el sindicalismo y en la Juventud Comunista, la solidaridad de clase y el compromiso social los mamé desde chiquito.

La canción «comprometida» con el entorno político existió desde siempre: basta con poner atención a las letras de las canciones medievales para darnos cuenta de ello.
Las canciones no sirven para «arreglar» nada. Hay que tomarlas como testimonio de la época en que se cantan. Las canciones de la Revolución Francesa, de los anarquistas y comunistas italianos o de la Guerra Civil Española están ahí y, ¡ojo!,no sólo son testimonio sino que aún su temática sigue vigente.
Con respecto a lo que yo hago, me doy por bien pagado con lo que dijo Fidel, dirigiéndose a Rodney Arizmendi, luego de oírme cantar: «hay veces que una canción de éstas vale más que dos discursos» (y Fidel sabe algo de discursos, ¿no?)

Con ese aspecto de pitufo sobrealimentado, nadie diría que los artistas populares pueden pasar estrecheces: Hay una vieja cuestión no resuelta del todo para todos en cómo «cantar opinando» y ganarse un poco la vida con las «opiniones». Quintín Cabrera sabe de combinar la actuación militante con otras actividades remuneradas: radio, hostelería, cursos divulgativos, libros y discos…

M.O.: Derechos de autor, derecho de reproducción, vías de distribución. Usted que es cocinero además de predicador, dígame cómo ve lo del arte y otras formas de ganarse la vida.

Q.C.: Los derechos de autor vienen muy bien porque caen cuando no te los esperas y te llevas alguna sorpresa (yo he recibido Derechos de autor de Islandia, Nueva Zelanda, Argentina y media Europa…)

La distribuciones un tema jodido, ya que los artistas nunca nos hemos puesto de acuerdo para unirnos y producir y distribuir conjuntamente nuetro trabajo. Las empresas de discos son eso, empresas, venden discos como venden calcetines o tornillos. Se ocupan de los artistas aceptados por el Show biz. y a las dos semanas ya no les interesa el «producto» porque tienen más que vender. La cultura no es negocio. La distribuidora que ha vendido mi último disco vendió sesenta ejemplares, yo en recitales y por correo ya llevo vendidos cinco mil. Por otra parte es lógico: es muy difícil que alguien se acerque a El Corte Inglés a buscar un disco mío, pero sí lo comprará si lo ve en un acto por la República o de solidaridad con la lucha revolucionaria de los pueblos.

M.O.: ¿En Internet también se encienden los mecheros para acompañar a los cantautores comprometidos?

Q.C.: Rotundamente sí. Pon tu nombre o de cualquier cantautor en Google y verás que se encienden cientos de mecheros. Y si buscas en Youtube te llevarás la sorpresa de ver nuestras canciones ilustrando videos que hace la gente.

M.O.: Dígame, sin pagar precio político alguno, cómo ve a la famélica legión.

Q.C.: Discúlpeme usted, ciudadano Alfaya: siempre estamos pagando precio político. Soy conciente de ello y obro en consecuencia. A nosotros se nos cierran muchísimas puertas y nos tenemos que colar por las ventanas estreabiertas, de tapadillo. Sé que hemos perdido muchos trenes, que pagamos un precio muy alto por nuestra posición política y que tenemos vetados los medios de comunicación masiva. Ahora bien, si nos comparamos con miles de comunistas, de republicanos que han luchado en la clandestinidad, que han pasado hambre, vejaciones, que han visto la muerte cara a cara, coincidirá conmigo que somos unos privilegiados. ¡Y todavía nos aplauden!

Lo más triste de la situación actual es que la izquierda ha perdido su escala de valores, su tradicional amor por la cultura. Ya no hay una «cultura de izquierdas» y todo se mide por los raseros capitalistas, por la tiranía de mercado. Lo digo en una canción: hoy es más importante Harry Potter que Cervantes. Esa dejación de la izquierda nos ha llevado a que en el presente se vendan más libros de Giménez Losantos que de Marx o Rosa de Luxemburgo, y lo monstruoso es que a nadie le parezca mal.

La famélica legión sigue famélica, sólo que engañan su estómago con prensa rosa, cuentitos de reyes y princesas, fútbol y cotilleos varios.

Dice el Quintín con ese apego suyo por la milonga: «Que el Oro de Moscú y el cuarto oscuro, /la cigüeña, la bruja y los angelitos, /son mentiras terroristas de los grandes / para tener engañados a los chicos».

M.O.: Cuéntenos su visión del futuro por mucho que suba la marea.

Q.C.: Como revolucionario, soy optimista, eso es fundamental en un comunista. Confío en los jóvenes y anhelo que más pronto que tarde le peguen una patada en el culo a nuestra generación y nos manden a cuarteles de invierno a contar batallitas a nuestros nietos.
Quiero creer que a ellos les interesa más la Revolución (con mayúsculas) que un puesto en el Ayuntamiento o un acta de diputado.