En 2002, Fernando Meirelles (que tres años después firmaría «El jardinero fiel») y Katia Lund llevaron a cabo una brillante, vigorosa y durísima incursión en las favelas de Río de Janeiro para describir el auge y desarrollo del crimen organizado, desde finales de los años sesenta hasta el comienzo de los ochenta. «Cidade de Deus» («Ciudad de Dios»), arrojaba sin compasión a la pantalla un desolador panorama de miseria, tráfico de drogas, desenfrenada violencia y muerte.
Conviene evocar este precedente al enfrentarse a «Tropa de élite», porque ambos filmes, relacionados por el mismo territorio de criminalidad, guardan no pocas conexiones más entre sí, estilísticas, políticas, e incluso morales.
Oso de Oro a la Mejor Película en un Festival de Berlín presidido por Constantin Costa Gavras, «Tropa de élite» podría tomarse como el otro lado del espejo en el que se miraba el tristemente célebre barrio alto de la ciudad brasileña que retrataban Meirelles y Lund. En aquel relato contemplábamos desde dentro, hasta la náusea, las idas y venidas de los miserables en su empeño por devenir los reyes del crimen, en lucha sin cuartel contra la competencia interna. Padilla, por su parte, centra el foco de su atención, reflexión, desvelo y crítica en los enemigos externos de aquéllos, en la policía que convive, trapichea, explota y asesina a los traficantes de droga que habitan en ese estercolero.
En la decisión de abordar la guerra desde la óptica de los uniformes radica la valentía de Padilha: su toma de partido parece identificarse con el protagonista de su historia, el capitán Nascimento, un efectivo del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE), un cuerpo policial de disciplina espartana y métodos inconfesables, rayanos en el fascismo puro y duro. Implacable y dispuesto a cualquier cosa para limpiar la basura de la sociedad, la voz en off, en primera persona, del capitán Nascimento expresa su lamento, su indignación y su ansia vengadora tanto contra los delincuentes que controlan el tráfico de droga y miseria de las favelas como contra los policías que anidan en la corrupción y se reparten con sus enemigos los beneficios de sus actividades criminales. La incuestionable limpieza moral de sus propósitos choca brutalmente con la práctica continuada de la tortura como único método posible para alcanzar la efectividad en su trabajo; y de esta nítida contradicción Padilla le hace cómplice al espectador situándole una y otra vez ante el cruel dilema: comprender que no queda otro remedio o repudiar lo que resulta insoportable.
Naturalmente, desde la firmeza de posiciones ideológicas claras no existen tales dudas, pero la habilidad de Padilla para hacernos seguir los pasos de su protagonista e introducirnos hasta el tuétano en la guerra sin cuartel que se libra en las cloacas de la bella ciudad brasileña tiende a nublarnos el juicio y hace que se trasmuten en dudas lo que antes eran certezas.
Lo cual, bien mirado, no debe escandalizarnos, pues, en paralelo al buen rato de cine que Padilla nos hace pasar, también sacude las conciencias y provoca la reflexión. Su insignia más brillante es la polémica.
RECOMENDACIONES
12, de Nikita Mikhalkov. El célebre filme de Lumet, «12 hombres sin piedad», pasado por la batidora del siempre incontenible Mikhalkov, «aggiornado» a la Rusia actual. Se requiere paciencia.
CHANTAJE, de Mike Barker. Pierce Brosnan y Maria Bello, enredados en una inverosímil trama de lo que indica el título.
LA EDAD DE LA IGNORANCIA, de Denys Arcand. El director canadiense cierra con mayor sentido del humor, menor negrura e idéntico espíritu contestatario una trilogía iniciada con «El declive del imperio americano» y «Las invasiones bárbaras».
REBOBINE, POR FAVOR, de Michael Gondry. Enloquecido e hilarante e inenarrable canto de amor al cine, de la mano del sin par Jack Black.
UNA CHICA CORTADA EN DOS, de Claude Chabrol. Perturbador, como siempre, más o menos inspirado, según los gustos, pero nunca sale uno de vacío con el director francés.