“La violenta exclusión simbólica y real de un pueblo de la historia, de la narración hegemónica del pasado, conduce inexorablemente a la violencia del presente”.
Esta frase del intelectual israelí Ilan Pappe sintetiza la esencia y naturaleza profunda del conflicto israelo-palestino. Ahí radica el auténtico meollo de la cuestión: la deliberada obsesión por la aniquilación de un pueblo, el palestino, condenado a no-ser, y frente a la cual la “violencia del presente” adquiere toda su dimensión, su genuino carácter de masas, popular, resistencial y liberador.
El grado extremo de odio, de intolerancia y de rechazo, quedó patente con la criminal agresión militar israelí en Gaza; se refleja en esa camiseta de moda entre los militares israelís en la que se puede ver una diana dibujada sobre el vientre de una mujer musulmana embarazada, acompañada del mensaje “1 shot, 2 kills” (un tiro, dos muertos). La voluntad premeditada de exterminio alcanza límites tan espeluznantes como éste.
El terrorismo de Estado, estructural, practicado por Israel (guerra, opresión, ocupación, expansionismo e ilegalidad internacional) se articula en torno a la efervescencia sionista nacional-judía, al integrismo confesional, al fanatismo étnico, al extremismo político, envalentonado además por la absoluta impunidad en el que se desenvuelve.
Derecha militarista en israel
Es en ese contexto alarmante en el que adquieren especial relevancia la ruptura de los consensos básicos, la confrontación y la división intrapalestinas, teniendo además ahora en Tel Aviv un auténtico gobierno de combate de Netanyahu-Liberman, de reconocida marca racista, ultraderechista.
Resulta a este respecto indignante el que el Ejecutivo de Zapatero (a través de Moratinos) haya sido de los primeros en acudir a saludar y rendir pleitesía a semejante Gobierno; un Gobierno centrado en destruir la poca y tenue esperanza que aún queda para materializar una solución justa basada en la existencia de dos Estados; centrado en el rechazo categórico del reconocimiento de la legitimidad del derecho de autodeterminación que asiste al pueblo palestino, acompañado por la Justicia y la Legalidad Internacional.
Las tensiones y divisiones intramuros de la sociedad palestina representan un auténtico drama, por cuanto adulteran y desfiguran las coordenadas básicas, las referencias esenciales del conflicto interiorizándolo, “palestinizándolo”. La lucha por la liberación nacional, por la conquista del Estado Palestino libre y soberano, se ve con ello suplantada por ajustes de cuentas y luchas por el poder interno, tan patéticas como estériles, desatadas tras la derrota electoral de la fracción dominante de Fattah liderada por Abu Mazen, estimuladas y respaldadas, con todos los medios necesarios, por Occidente (EE-UU/UE) y sus socios palanganeros de la Región.
Superar esa situación de división, recomponer la cohesión social y la unidad palestina en torno a la cuestión nacional, es condición primera e ineludible para albergar expectativas vitales para el pueblo palestino, y para los demás pueblos de Oriente Próximo.
Conocida es la estrategia del imperialismo para afianzar su dominación, no solo en Palestina, sino también en Irak, en el Líbano, en Sudán, en la ex-Yugoslavia, en Bolivia (por citar unos casos): demonización, criminalización del adversario, intoxicación masiva de la opinión pública, y promoción de la confrontación y de la división interna de los pueblos, cuando no intervención y agresión directa.
En esa estrategia, y en función de intereses estrictamente geopolíticos, la tergiversación y la manipulación grosera de la religión resulta ser un factor clave.
Cruzada “judeo-cristiana” antiislamista
En ese sentido, refiriéndose en este caso al mundo árabe musulmán, el columnista francés Jean Daniel advierte que “la lucha contra el terrorismo no debe adoptar bajo ningún concepto la apariencia de una cruzada contra el islam”.
Comparto esa apreciación genérica, aunque, de manera inevitable para el escenario que nos ocupa, (el Próximo y el Medio Oriente), la opresión, la humillación, la agresión y la ocupación, la devastación de territorios y países a manos del Imperialismo, de la OTAN, del sionismo militante y de sus aliados, son clara y muy mayoritariamente percibidas como una especie de “cruzada judeo-cristiana” contra el Islam, de conquista, expoliación, dominación y saqueo de sus tierras y de sus riquezas.
Este fenómeno, entre otros factores, explica el creciente empuje y vitalidad del Islam, convertido así en un poderoso imán, en una formidable fuerza de atracción, de cohesión; en un potente vector de afirmación identitaria y de movilización social, hasta el punto de poder alumbrar un proceso tipo “Teología de la Liberación” en el mundo musulmán, de profunda raigambre popular y vocación humanista.
Muchos son ya los analistas políticos que señalan que el diálogo, el entendimiento y el acuerdo con el “Islam político” resulta indispensable si de verdad se persiguen soluciones solventes, estables y duraderas de los conflictos. Esta perspectiva ha de asentarse, obviamente, sobre bases políticas, democráticas, de respeto a la pluralidad, al libre juego y contraste de las ideas, de los proyectos, de las distintas opciones políticas, refrendadas por el sufragio universal en el ejercicio pleno de la soberanía popular.
En todo caso, la comprensión de esa dimensión cultural-religiosa del conflicto resulta imprescindible para captar la naturaleza real y la envergadura de los procesos que se desarrollan en el Próximo y el Medio Oriente.
Desde el convencimiento que Islam y Democracia no son incompatibles, personas como Slomo Ben Ami, entre otros, apuntan la necesidad de afinar, y de discernir lo que representa el “fundamentalismo radical y violento, en su identidad yihadista”, y lo que es el “islam que opta por la participación democrática, en su identidad política”.
Ambas identidades, al tiempo, hunden sus raíces en el desvanecimiento de las esperanzas despertadas en su día por el nacionalismo árabe. Ben Ami señala también, por ejemplo, que: “es preciso tratar con fuerzas revolucionarias como Irán y Siria; respetar, no aislar, a los movimientos islámicos que han abandonado el yihadismo para optar por la participación política; y dirigir una alianza internacional que, partiendo de la iniciativa de la Liga Árabe, busque la paz entre árabes e israelís”.
Declive del proyecto pan-arabe
Oriente Próximo, el mundo árabe, es testigo y protagonista de dos tendencias político-sociales especialmente significativas: Por una parte, la decadencia y la degeneración del proyecto histórico nacionalista pan-árabe, de origen naserista y de inspiración antiimperialista.
Crece exponencialmente el descrédito, el desprestigio social de los regímenes y líderes políticos autócratas y corruptos, definidos por Sami Nair como “arrodillados, envilecidos y revolcados en el fango de la sumisión al Imperio americano”; líderes calificados de “moderados” por Occidente, sin apenas credibilidad social, sin autoridad moral, y con escasísima legitimidad democrática, abrazados a regímenes absolutistas y despóticos. Se ensancha cada vez más el divorcio, la ruptura política entre esas élites árabes occidentalizadas, y lo que son los pueblos, las amplias masas populares de la Región.
Por otra parte, en una relación dialéctica de causa a efecto, la expansión de la influencia y del protagonismo real del “Islam político”, tanto en Palestina como en el resto de Oriento Próximo, así como en el Magreb árabe. Destaca cada vez más la amplia percepción popular de simpatía y respaldo ante este fenómeno, identificado y reconocido como baluarte firme en la lucha de resistencia y de dignidad nacionales.
Este cuadro, que se enmarca en un contexto global que objetivamente agudiza todos los antagonismos y estimula todo tipo de radicalismos, pone en evidencia la gran complejidad y dificultad en las que se encuentran las organizaciones de la izquierda árabe, los Partidos Comunistas en particular, en tanto que referentes políticos independientes, laicos, patrióticos y de clase.
De una u otra manera, estas opciones se encuentran objetivamente atrapadas entre esas dos tendencias centrífugas. Tienen ante sí el reto de abrirse camino divulgando socialmente proyectos políticos autónomos y propuestas alternativas solventes, así como impulsando dinámicas unitarias y estables de cooperación y de coordinación, capaces de intervenir activamente en la política, rompiendo esa perversa dualidad bipolar, agudizando sus propias contradicciones y favoreciendo la decantación de dinámicas basadas en la dialéctica política democrática, en la justicia social, la paz y el progreso; dinámicas políticas y sociales capaces de aislar tanto el autoritarismo autócrata, como el oscurantismo teocrático.
Desde estas consideraciones se desprende la importancia de la celebración en Siria, Damasco, a finales de septiembre próximo, de la Conferencia Internacional Extraordinaria de Partidos Comunistas y Obreros. Este evento representará sin duda un compromiso claro y efectivo de apoyo y solidaridad con la lucha de los pueblos de Oriente Próximo, con sus fuerzas democráticas y comunistas.