Bill Richarson fue secretario de Energía de Estados Unidos, hoy sus palabras, pronunciadas en 1999 suenan a premonición cumplida.

“Nota a los maestros: Ubiquen el Caspio en el mapa y márquenlo para los niños, pues en unos veinte años, quizá en diez, es posible que se encuentren desplegados ahí…”.

Afganistán es una tierra devastada por decenios de guerras internas. Deseada por las potencias occidentales por su valor geoestratégico, ha sido ocupada muchas veces en la historia, en todas las ocasiones los invasores hubieron de huir; el sobrenombre de “tumba de Imperios” ha sido bien ganado.

Hay entorno al Mar Caspio cerca de 6 billones de dólares en petróleo y Gas. Las reservas conocidas multiplican las de Arabia Saudita. El problema es su transporte sin depender de Rusia y aún menos de la “enemiga” Irán. La solución es un gaseoducto de 2750 Km. de largo y un metro y medio de grueso que saliendo del Caspio alcance el Mar Arábigo. Condición indispensable: el control político y militar de la zona.

Turkmenistán, Pakistán y sobretodo Afganistán son los objetivos.

Los “Talibanes afganos” acrónimo inventando por la prensa encierran en realidad múltiples grupos sociales y étnicos. Fueron amigos del Imperio americano mientras expulsaban a las tropas soviéticas. Cuando quisieron cobrar más a la compañía UNOCAL por el paso del gas y el petróleo se convirtieron inmediatamente en el enemigo ideal. La hecatombe de las torres gemelos dio la excusa imprescindible para el bombardeo y la ocupación militar. Poco importó al presidente Bush la nacionalidad de los supuestos terroristas del 11- M; no eran afganos, los medios de propaganda mundial habían inventado una realidad que justificó la masacre.

Debíamos, dijeron, liberar a las mujeres afganas del “burka” aunque hubiera que abrasarlas con fósforo. La actual guerra es pues, como tantas veces, una guerra por la explotación de los recursos energéticos. La derrota de Georgia en el conflicto con Rusia da más valor aún al oleoducto tras-afgano. El presidente Obama, continuador de la política de Bush, ha dado la orden de incrementar el número de tropas. Son más de 65000 y presiona a los países europeos para un mayor compromiso militar. La verdadera razón de la presencia de EE.UU y la OTAN en Asia Central, no es la famosa guerra contra el terrorismo ni la democratización de Afganistán.

Las urnas, bajo control y supervisión occidental, habían sido llenadas antes de ir a votar. El fraude electoral, denunciado por los observadores de la UE y la ONU ha sido imposible de ocultar. El gobierno “democráticamente impuesto con las bayonetas de occidente” del presidente Karzai (antiguo directivo de la empresa americana UNOCAL) hizo aprobar antes de las elecciones fraudulentas del mes de agosto nuevas leyes que permiten la violación de las mujeres. Hoy la situación de la población tras 8 años de ocupación militar es peor que en la época Talibán, (que nadie entienda en esa expresión que apoyamos al fundamentalismo integrista), es una expresión objetiva. La corrupción, el saqueo de la población y la miseria más extrema, se hacen carta de naturaleza en el país. Vendida la ocupación como una liberación, casi como una acción humanitaria de ONGDS armadas, Afganistán ha alcanzado el triste “hit parade” de ser aún más pobre desde la invasión. Sólo unos datos: el 45% de los niños presentan casos de desnutrición aguda, menos del 50% tienen asegurado el acceso al agua potable, es el segundo país del mundo en mortalidad infantil, el 30% de la población pasa hambre, una de cada 6 mujeres muere en el parto, la esperanza de vida ha bajado casi 5 años se sitúa ahora en 44.5…. El país está sufriendo un terrible saqueo a manos de las más de 70 compañías americanas y occidentales, sólo la empresa de Dick Cheney, exvicepresindente de los EEUU y su empresa subsidiaria Kellogg, Brown and Root han facturado hasta el momento más de $20 000 millones de dólares en contratos relacionados con la guerra. A pesar de ello esta guerra asimétrica está muy lejos de ser ganada; aunque las tropas de EEUU utilicen a muchos latinos como carne de cañón (han bajado los sueldos a 300$/día) o se obliga a los heridos en combate a pagar de su bolsillo la alimentación en los hospitales de campaña, los costos se disparan, las bajas se acumulan (proporcionalmente al número son más altas que en Irak) y el gobierno de Barack Obama, dispuesto a no perder su primera guerra, presiona a los países europeos para que se inmiscuyan más y más. Se promueve una mayor participación empresarial de determinados países en la explotación de los recursos energéticos.

Repsol de la mano de Agip con el apoyo de grandes bancos españoles, ha entrado en el pastel. A cambio enviamos tropas.

Las tropas españolas en Kirguidistán (apoyo aéreo) y las acantonadas en el desierto valle de Herat defienden uno de los puntos de comunicación del oleoducto tras-afgano proveniente de Turmequistán. Nuestras tropas, más de 12000 soldados que han participado en las sucesivas rotaciones en la zona, ya han sufrido 148 muertos mientras que el costo de esta “democrática guerra” sobrepasa de largo los 400 millones de euros anuales. Estos soldados no defienden la democracia, ni siquiera la reconstrucción (el 97% del personal enviado es militar y no civil). En la intervención parlamentaria de la ministra Carmen Chacón se informó que las tropas españolas, en el conjunto de todas las intervenciones humanitarias en los diferentes escenarios militares, habían repartido la impresionante cantidad de 169 toneladas de ayuda, habían realizado unos 1.200 proyectos de cooperación y habían prestado atención sanitaria a la increíble cifra de 8.000 civiles. El ejército español es una de las ONGD más ineficientes que se conocen.

La implicación de las tropas en Afganistán se inició como ya sabemos con el presidente Aznar y, en la medida que la guerra se recrudece, el gobierno del señor Zapatero, envía más y más soldados y recursos (a finales del mes de octubre la cifra ascenderá a mas de mil). La segunda decisión en política internacional del actual presidente después de retirar las tropas de Irak fue ampliar el contingente en Afganistán. Hace pocos días en la intervención parlamentaria la ministra de Defensa (habríamos de llamarla ministra de la guerra), orillaba el término “guerra” al referirse a Afganistán por el de “violencia generalizada”. El ejército español está en guerra, una guerra colonial por intereses espurios, una guerra de ocupación: ¿Que haríamos nosotros si viéramos desfilar por el Paseo de la Castellana o la Diagonal de Barcelona, las tropas de ocupación afganas?

Eduardo Luque