Las bocas inútiles fue estrenada en 1945. Pierre-Aymé Touchard en 1959 en Apología del Teatro escribió que había que agradecer a Sartre y a sus compañeros, la señora de Beauvoir y Albert Camus el que hayan presentado al combate de las ideas un equipo coherente que sabe lo quiere… En un país que roza la muerte hay que estar al lado de lo que vive, dejando para más tarde el discutir el sentido de esa vida, recordando aquel estreno. Sin embargo, Simone de Beauvoir no volvió a escribir más teatro. Ahora que se recuerda la publicación del Segundo Sexo, obra que abrió de forma contundente la lucha feminista nos obliga a recordar una obra que suya que ha quedado olvidada al margen de su magna producción literaria.
Su única aventura teatral estuvo motivada por varios factores, pero sobretodo por su acercamiento cercanía con J.P. Sartre y A.Camus que comenzaban en aquellos años sus carreras dramáticas. Cuando decide escribir teatro, su primera preocupación fue buscar un tema. Éste lo encontró cuando leyó que durante los asedios de muchas ciudades para sobrevivir eran eliminados «las bocas inútiles», viejos, mujeres y niños, para que no consumieran los víveres acumulados. Esta situación dramática en la que son sepultadas en fosas las mujeres, los viejos y los niños le conmocionó profundamente, pero desde el punto de vista dramático, tenía que solucionar la colisión que se producía entre verdugos y víctimas, y el tiempo entre esta trágica decisión y el de su ejecución.
La apuesta era arriesgada en un momento en que había acabado la Segunda Guerra mundial y que Bertolt Brecht era entonces muy poco conocido en Francia, por lo que la elección de un tema histórico era difícil de solucionar desde el punto de vista de la estructura y lenguaje dramático al querer evitar el naturalismo identificativo y la implicación sentimental telespectador. Para ello utilizó el coro, constituido por las voces hambrientas de los niños, mujeres y ancianos, que así evitaba la concentración dramática en los conflictos individuales de los protagonistas al producirse un efecto de extrañamiento cercano al brechtiano.
Si tuviéramos que identificar la concepción teatral de Las bocas inútiles, creemos que se aproxima a lo que escribió J. P. Sastre en su ‘manifiesto,’ «Un teatro de situaciones:» «Lo más conmovedor que puede mostrar el teatro es una personalidad que se está formando, el momento de la opción, de la decisión libre que compromete una moral y una vida. La situación es una llamada, ella nos cerca, nos propone soluciones, debemos decidir nosotros. Y para que la situación sea profundamente humana, para que ella ponga en juego la totalidad del hombre, cada vez hay que presentar situaciones límites, es decir, aquéllas que presentan alternativas, una de las cuales es la muerte. De este modo la libertad se revela en su más alto grado, puesto que acepta perderse para poder afirmarse, aunque también podemos inscribirla dentro de lo que se ha llamado teatro histórico. Creemos que esta definición nos desviaría de nuestros objetivos, pero si recordamos un fragmento de un texto del Domingo Miras porque nos puede ayudar a comprender mejor la obra de Simone de Beauvoir: «La Historia es un enorme depósito de víctimas. Víctimas de muy distinta naturaleza y circunstancias (…) El teatro sigue siendo así esencialmente igual al que fue en otro tiempo, representación catártica del sacrificio del hombre, pero con la importante innovación de que sus antagonistas no son las fuerzas ciegas del destino, sino fuerzas sociales muy concretas que se pueden y deban identificar.»
El estreno de «Las bocas inútiles» se produjo el año en el que quedaban atrás los denominados «años negros» y en los que el teatro en París también sufrió los rigores de la barbarie nazi: persecuciones, censuras, programaciones propagandísticas, delaciones de los dramaturgos que no asumían la ocupación, exilios y el éxito de los dramaturgos, directores y actores asimilados. Una vez París fue liberada, la normalidad exige también que la vida teatral adquiriese la vitalidad que tenía en el periodo de entreguerras. A pesar de todo, la crítica no recibió calurosamente la obra ala que le acusaban de tener un carácter didáctico y esquemático.
Estas críticas no se ajustan a la argumentación de George Lukàcs cuando habla de que la configuración dramática se produce en un lapso de tiempo relativamente breve y decisivo en el que se realiza a través de la acción la concentración de las consecuencias acumuladas.
La oposición de Jean Pierre, protagonista del drama, a la decisión del Consejo de la ciudad es la consecuencia también de un conflicto anterior en aras de un nuevo planteamiento moral. Parece como si la crítica quisiera asumir que las razones de Estado no son un fin en el que todos los medios estarían justificados por sí mismos. Y ahí es donde Simone de Beauvoir sustenta la tragedia de un pueblo en el que el poder ha decidido su supervivencia eliminando a los niños, viejos y mujeres, ciudadanos inútiles, por consumir parte de los víveres almacenados, para sostenerse durante tres meses, momento en que se produciría la ayuda anunciada.
Es cierto que la crítica no tenía el derecho de conocer La Numancia, tragedia de Miguel de Cervantes, ni la versión que Rafael Alberti había realizado durante el asedio de Madrid por las tropas franquista con el objetivo de animar al pueblo de Madrid en su lucha contra el fascismo, mientras esperaban, como los ciudadanos de Vaucelle, la ayuda prometida que nunca les llegó, pero sí tuvo la perspicacia de ver que tanto el material como el tema elegido sobrepasaba los límites estrictos de una filosofía. La ciudad de Vaucelles se rebelaba contra su destino impuesto por el poder a favor de sus intereses de ambición y expansión – Quiero revolucionar el mundo hasta sus raíces. No existirá otra ley que nuestra voluntad ni nadie nos pedirá cuentas, Cada latido de nuestro corazón se inscribirá en la cara de la tierra. Je serai enfin moi-même et dans le monde entier je retrouverai mon image! » Nos imaginamos el temblor de los espectadores cuando escuchaban estas frases tan semejantes a las tan reiteradas por los líderes nazis durante los años de la ocupación.
Las bocas inútiles nacía en medio de una crítica que se quedó en su superficie, no sabemos si por ignorancia, mala fe o porque no quisieron ver que la tragedia a la que estaban abocados los habitantes de Vaucelles era una afirmación de la vida al rebelarse contra el poder objetivo y que en esa posible autoaniquilación, estaba la grandeza ante lo aparentemente irremediable.
Su proyección posterior a su estreno por parte de los gerentes del teatro tanto privado como público fue inexistente si la comparamos con la atención que tuvieron las obras de sus compañeros de generación. Pero la realidad es tozuda y esperamos que la palabra dramática de su autora se vuelva a escuchar muchas veces para recordarnos que todavía muchos muros siguen en pie, muchos pueblos cercados, aislados, embargados y muchas «ramalas» asediadas con el cinismo e hipocresía de las llamadas democracias.