Acabo de participar en la presentación del libro «El Sastre de ULM» del activista y teórico comunista italiano Lucio Magri.

El libro de Lucio Magri, valora y sitúa con espíritu crítico el protagonismo del Partido Comunista Italiano durante gran parte del siglo XX hasta su liquidación. Lucio Magri analiza a la luz de su experiencia y criterio los aciertos y errores del PCI reivindicando su trayectoria histórica y su utilidad de presente y futuro, de existir todavía.

Yo me siento especialmente concernido con todo lo que representó el PCI, por dos razones: una, porque el PCE y el PSUC estaban unidos política, ideológicamente y fraternalmente al PCI; y dos, porque personalmente como militante del PSUC y, posteriormente, como Secretario General del mismo, tuve una relación estrecha con su dirección, en aquél momento encabezada por Enrico Berlinguer. Vayan pues estas notas para expresar mi opinión, en gran parte marcada y condicionada por la lectura del libro de Lucio Magri.

El PCI desarrolló de forma notable una concepción y realidad del comunismo italiano, como un movimiento basado en la dialéctica de conocer, actuar y cambiar. Analizar la realidad circundante, la italiana y actuar sobre ella con la crítica, la denuncia, la propuesta y la alternativa, sin perder el hilo conductor para comprender la realidad global y mantener y desarrollar el sentido internacionalista. Conocer en definitiva el momento histórico y la realidad en su dinámica.

El PCI fue un tipo de «partido nuevo», desarrollado notablemente como partido de masas, con un alto nivel intelectual y político, con una amplia red organizativa y con capacidad de impulsar la acción social y cultural en el movimiento obrero y sindical, en el movimiento popular, en la universidad y educación en general y entre la intelectualidad, apoyando su acción en su experiencia y veteranía humana como realidad histórica y en el movimiento juvenil como construcción de presente y futuro, situando a la mujer como protagonista al mismo nivel que el hombre. Esta realidad del PCI no era una obra perfecta, ni mucho menos, pero era lo más avanzado en el marco de los países económicamente más desarrollados.

Hoy está más claro que nunca que la disolución del PCI fue un acto de liquidación de todo un patrimonio que, de existir todavía, sería una potente base política, intelectual y social, para la recomposición del conjunto del movimiento comunista y de la izquierda que, más moderada o más radical, mantiene su concepción y tensión anticapitalista. Cuando la mayoría de la dirección del PCI decidió su disolución, cambiando las ideas de Gramsci sobre la construcción de un bloque cultural hegemónico en la sociedad, por la idea de llegar al poder a costa de lo que fuera, arrugada ante la magnitud de la ofensiva ideológica y económica del capital, aceptó objetivamente la barbarie del capitalismo más desenfrenado. En esta conversión, las ideas comunistas se convirtieron, progresivamente y de manera muy acelerada, en ética y estética pequeño burguesa. Día a día han contribuido a reforzar lo contrario de por lo que nacieron y la sociedad italiana ha ido consumiendo y asumiendo pasivamente culturas liberales y fascistoides, sin un contrapoder real que defendiera una alternativa diferente al capitalismo.

Todos los poderes que antes combatían el comunismo, y al PCI en concreto, porque les aterraba la posibilidad de que pudiera llegar al poder, se frotaron las manos, arreciando su campaña contra el comunismo acusándolo de todos los crímenes. La desaparición del PCI ha contribuido a que personajes abyectos como Berlusconi y su plataforma de poder, y la Liga Norte, para poner un ejemplo, lleguen al poder votados por una parte mayoritaria de la sociedad que ha perdido los referentes éticos, sociales y culturales que representó el PCI y un amplio movimiento de izquierdas. El capitalismo actual en Italia, y fuera, está contento de que no exista el PCI ya que así le es más fácil imponer el neoliberalismo, como expresión más brutal del capitalismo.

El PCI ha sido la tentativa más seria de buscar una tercera vía, moviéndose en una difícil pero imprescindible dialéctica, entre las reformas necesarias y la perspectiva de cambio social, desde una clara posición y crítica anticapitalista, sin enterrar ni subestimar los grandes procesos revolucionarios y luchas sociales.

Estoy convencido, y la lectura de la realidad actual del capitalismo y de la derrota de la izquierda así lo atestigua, de que si abandonásemos la idea del socialismo y del comunismo no nos quedaría otra alternativa que aceptar lo que hay. Abandonar la idea y la palabra sería un retroceso tan grande, y gratis, como representó la liquidación del PCI. Los resultados están ahí.

Puede haber momentos de pesimismo ante lo que ocurre y la incapacidad de una alternativa. «Socialismo o barbarie» es más vigente que nunca, aunque sea más difícil que nunca, o así lo parezca.

Se trata de «utilizar el presente para comprender mejor el pasado, y comprender bien el pasado a fín de orientarse en el presente y en futuro» como dice Magri en su libro. O, con Walter Benjamín, de «encender en el pasado la chispa de la esperanza presente»

http://franciscofrutos.blogspot.com