No se tomó Zamora en una hora», dice el refrán y Agustín García Calvo, en el «Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana», allá por los años 60, añadía, «ni tampoco en dos». Sin embargo, tan acostumbrados estamos hoy en día a la desesperanza, tan imbuidos de la inmediatez, del aquí te pillo aquí te mato, que, tal vez, no nos demos exacta cuenta del alcance de lo que está pasando en el mundo.
Las revueltas populares en diversas partes del globo o la crisis que estamos viviendo, no sólo se deben a la hecatombe de las sub prime o a la debacle bursátil, como nos quieren hacer creer, sino que su origen radica en la propia esencia del capitalismo, en el natural agotamiento de su práctica que obliga a ganar a una minoría siempre un poco más a costa de empobrecer, más aún si cabe, a la mayoría. Y llega un momento que eso no da más de sí. Es como en el deporte. Se quiere eliminar el dopaje entre sus practicantes, pero al mismo tiempo se les exige metas cada vez más inhumanas para solaz – y beneficio – de las marcas patrocinadoras. Pero el cuerpo humano es uno, por más que se empeñen en olvidarlo las farmaceúticas.
Jean Ziegler en su espléndido y clarificador libro «El odio a Occidente» lo ilustra con una contundente frase de Alphonse Allais: «Cuando los ricos adelgazan, los pobres se mueren. El salvajismo bancario crea millones de parados en Occidente. Pero, en los países del Sur, mata».
Los medios de comunicación – esos instrumentos de sumisión y adiestramiento que posee el poder financiero -, parecen empeñados, al analizar la situación por ejemplo en Túnez, Egipto y el resto del Norte de África, en reducir el movimiento social a un mero levantamiento contra los abusos de tal o cual presidente. Ocultan que no sólo es ese el motivo, de la misma manera que la rebelión tampoco se debe, como pretenden hacernos creer, a un auge del integrismo islámico. Se agita el fantasma de la Revolución iraní y del régimen fascista teocrático de Jomeini surgido tras el derrocamiento del Sha, pero se olvidan – y eso es lo importante – que la revolución iraní fue en un principio fundamentalmente progresista y gracias al apoyo del capital internacional a las fuerzas reaccionarias, ésta se redujo a lo que es actualmente. Por otra parte se intenta trasladar nuestro caduco sistema occidental a las necesidades del resto del mundo, el más desfavorecido. Desde nuestra desconchada torre de marfil se sigue queriendo equiparar nuestras necesidades y funcionamiento al análisis de los demás países. Pero ya no es así, bien al contrario deberíamos aprender de lo que está sucediendo en los pueblos de sur, de la esperanza de América Latina y de la acción del Norte de África.
El capitalismo ya no da más de si y reformarlo o maquillarlo de poco sirve. Se ha prendido la chispa detonada por el hambre y la hoguera se me antoja imparable. Crecerá hasta llegar al Norte, a nuestro Norte.
De nosotros depende que no ardamos en ella, sino que colaboremos en avivarla.
Dicho de otra manera que nos dejemos de pactos y reformas y nos dediquemos de una vez por todas a luchar contra este mundo de privilegios, caduco, injusto, inmoral y sobre todo, insostenible.
Aunque haya que esperar una hora, o dos…