El espectáculo calienta motores, hierve ya. Y salta a la pista en una explosión de luces y fanfarrias. La campaña ha empezado. Es el momento cenital de la mercancía política, allí donde se confunden política y venta de imágenes. Lo dijo Guy Debord, a la hora de definir las democracias en el capitalismo postmoderno, en su impagable libro La sociedad del espectáculo: «El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes… El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen».

De pronto, en un vídeo distribuido por el PSOE, ampliamente publicado, vemos a Rubalcaba conduciendo su coche, un utilitario barato, de color rojo, además. Aparca y se dirige, con la chaqueta al hombro, al poste correspondiente para pagar, cosa que hace sin ningún titubeo. Asombroso: ¿Alguien ha visto a Rubalcaba en los últimos 25 años fuera de un coche oficial? Pero eso es irrelevante. La verdad es la imagen de lo que hemos visto, y la imagen es irrefutable, no tiene réplica. La gente ha podido ver, en vivo y en directo, a Rubalcaba como alguien que no tiene nada que ver con el divorcio entre política y ciudadanía y que, además, es austero.

De súbito, en un»plisplás», la Sra. De Cospedal anuncia un recorte del 20% en los presupuestos de su comunidad. Y ella y su partido «venden» el tema como austeridad, como ahorro, y, por si faltaba algo, como desarrollo rapidísimo y disciplinado de la reforma constitucional, a la que se acaba de proceder para salvar al país. ¿Tan fuerte es el poder de la imagen que puede tapar los destrozos del neoliberalismo?

Vemos en televisión a los políticos aupados en taburetes, rodeados de gente que pregunta, contestando con amabilidad y humildad, explicando pedagógicamente la cáscara de las cosas. Observamos que Rubalcaba mueve las manos de forma cada vez más parecida a un trilero. Observamos el «sincorbatismo» de Arenas o de Pons. Observamos la estilística de melodrama televisivo de Pons o la Sra. Soraya. Todos hablan mucho, y se les publica; todos lanzan un «mensaje», o dan una «imagen», pero nadie explica nada, nadie expone los términos de un programa real. Y en el fondo todos buscan una credibilidad personal, en los gestos, en las formas, por encima de cualquier otra credibilidad de fondo. ¿Cómo es posible hablar entonces de programas? ¿Con quien hay que pactar o confrontar? Eso sí, sabemos que o IU se convierte en «mercancía» o sobramos. En este panorama, sin patriotismo de mercado, nos podemos convertir simplemente en unos aguafiestas obsesionados con el capitalismo.

¿Quiere decir esto que IU debe «entrar» en la tienda de comprar y vender mensajes, poses, gestos, ilusiones? He ahí el dilema. He ahí lo que siempre nos piden los técnicos en imagen, que a veces contratamos: hay que saber vender bien, situarse bien en el mercado, participar en el griterío anunciador, porque la política se ha convertido en PROPAGANDA y, obviamente, ha de seguir el libro de estilo de esta noble asignatura.

Pero de pronto algo falla: un gesto en falso incendia la pradera. Zapatero y Rajoy, cogidos de la mano, bailan el rigodón de la responsabilidad de estado y cambian la constitución de la noche a la mañana: desde ahora va a mandar la economía, no la política; y ya sólo será posible una aplicación económica, la del FMI, gobierne quien gobierne. Y lanzan el mensaje esperando, como siempre, que esta historia interminable de paz social desde la Transición, los acoja amablemente y les palmee las espaldas. Pero no ocurre así. Al menos por ahora. La gente se siente humillada y cabreada. La gente quiere participar.

Yo creo que este es el inicio y la estructura real de nuestra «campaña»: un discurso con la gente (siendo gente), sin complejos, explicando lo que es el capitalismo y por qué nos oponemos, explicando los términos de la actual «deudocracia», mostrando los ejemplos circenses de la conversión de la política en espectáculo y del programa en espejismo. No se trata de radicalismo. Aquellos que quizás hemos motejado como radicales en el periodo anterior, verdaderamente se han quedado muy cortos, vista la deriva de la realidad. No se trata de endurecer el discurso: se trata, más bien, de no convertirnos en MERCANCIA ELECTORAL. No se trata de ser marginales: se trata más bien de no ingresar en la SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO. Y, por favor, que nadie me diga que ese sitio serio, reflexivo, transformador, programático e independiente no existe.