A continuación reproducimos de manera completa la intervención de Benito Rabal en el citado acto de presentación.
Recuerdo cuando Ginés Fernández me llamó hace ya unos cuantos años, creo que en el 2005. “Tengo que verte”, me dijo. Para mí, una llamada de Ginés, aparte de reportarme una gran alegría por todo lo que le quiero, siempre es motivo de esperanza, ya que no da paso que no esté encaminado hacia un mundo más justo; quiero decir que, normalmente, cuando veo su número en el teléfono, ya sé que me va a proponer hacer algo contra este sistema cruel y voraz. Quedamos en mi pueblo, junto a ese inmenso Mediterráneo cada vez menos Nostrum y cada vez más Ladrillum. Ginés fue directo al grano, como siempre: “¿Quieres escribir en el Mundo Obrero una columna todos los meses?”. De repente se me vino a la cabeza la imagen de tantos años de lucha, lo que significaba para todos aquel periódico hecho a base de sangre y sufrimiento durante tantos años, su posterior edición diaria que compraba en el kiosko de mi barrio y su casi desaparición posterior. Le dije la primera tontería que se me pasó por la cabeza: “Pero yo sigo siendo anarquista”. “¿Y qué…?”. “Vale, ¿y de qué escribo?”. “De lo que quieras”, me contestó. Así, tras preguntarle que cuándo empezaba y él responderme que ayer, dimos por zanjada la conversación. “¿La columna se puede llamar ni dios, ni amo?”, le dije antes de despedirnos. Le argumenté que aparte sus connotaciones libertarias, el título respondía al carácter de MO que, al contrario de casi todo el resto de los medios de comunicación, no estaba al dictado ni de un dios, ni de un amo. Ginés me respondió con una frase tan murciana como contundente: “Estamos de acuerdo. Llámala como pijo quieras”. Esa misma noche, emocionado y con las ganas de contar agolpadas, me dispuse a escribir mi primera colaboración.
Desde entonces han sido años de colaboración absolutamente libres. Sólo una vez me llamaron de la redacción para pedirme si podía ponerle comillas a un párrafo, o tal vez retocarlo. El asunto en cuestión es que yo había escrito “los curas y las monjas al paredón y la monarquía al mismo lugar que María Antonieta” y las compañeras y compañeros me argumentaron que no había dinero en las arcas para pagar el abogado que seguro nos haría falta.
Creo que en los primeros años de esa llamada transición que no acaba nunca de transitar, perdimos la batalla de la información. Tal vez hartos de comunicarnos a través de hojas mal impresas, difíciles de leer, emborronadas por los clichés de la multicopista, nos vimos fascinados por la idea de poder contar las nuestras bajo un aspecto atractivo. Nos pudo la belleza del papel couché sin darnos cuenta que el dinero que éste costaba era la mejor arma del capitalismo para derrotarnos. El resultado es que salvo MO, Diagonal, Rebelión, El viejo topo, Le Monde Diplomatique, Tele K, y otros más, el panorama de los medios de comunicación que no estén al servicio de un dios o de un amo, es desolador.
Habla mal que algo queda, dice el refrán. Y esa es la razón de que haya la necesidad de unos medios de comunicación que no estén dominados por los esbirros del capital: que éstos sean auténticamente eso, medios de comunicación, y no medios de domesticación de masas que es lo que realmente son hoy en día. Y cuando hablo de medios de comunicación lo hago de la manera más extensa.
Decir que el senador Mc Carthy, el artífice de la Caza de Brujas en Hollywood, era simplemente un loco anticomunista o un fanático puritano, sería como afirmar que Franco censuraba la prensa porque salía en las fotos bajito y regordete. Cualquier acto que vaya en contra de la libre información, siempre responde a estrategias planificadas que la convierten en auténtica desinformación, o lo que es peor, en información dirigida, esto es, en propaganda.
Por poner un ejemplo. El resultado de la patraña anticomunista de Hollywood y su campaña de denuncias, encarcelamientos y delaciones, es el cine norteamericano de hoy en día, desprovisto – salvo escasas y honrosas excepciones – de cualquier sentido crítico, alejado de su carácter de vehículo transformador de la sociedad. La llamada caza de brujas ha impedido la producción de películas que muestren o insinúen, a través de sus personajes y situaciones, las vergüenzas del sistema, o incluso que sus bases y mecanismos se pongan en duda mediante códigos morales y finales felices.
Hitler – ayudado por ciertos cineastas, hoy no sé por qué razón elevados al Olimpo del Arte –supo darle al cine, a la imagen en movimiento, la importancia que tiene en el hacer que una mentira repetida se convierta en verdad. Fuera donde fuera, Hitler siempre iba acompañado de una cámara de cine que mostraba, por supuesto, lo que él quería que se mostrase, anticipándose al lema actual de “está pasando, lo estás viendo”, que viene a querer decir que sólo ocurre aquello que se ve.
Se les olvidó la lección aprendida del nazismo durante la guerra de Vietnam y, sin menoscabo de la heroica lucha del pueblo vietnamita, las imágenes que llegaban a través de la prensa y la televisión, tuvieron mucho que ver en la derrota de Estados Unidos.
No volvieron a cometer el mismo error y las invasiones de Granada, Panamá o la Guerra del Golfo, sirvieron de experimento sobre cómo controlar la información – sobre todo la gráfica – que de éstas llegaba a la población.
Por eso José Couso murió asesinado en Iraq. Todos sabían que en el Hotel Palestina no había resistencia alguna, ni grupos armados, excepto los reporteros y periodistas extranjeros, armados – eso sí – de sus cámaras. El tanque del ejército americano no disparó por error, sino a conciencia y siguiendo órdenes precisas. Se trataba, como la invasión misma, de un ataque preventivo. No querían más testigos que los que sirvieran al veredicto del Emperador del Planeta y las corporaciones económicas que lo sustentan. Fue una advertencia clara y contundente: sólo se sabrá lo que nosotros queramos y quien no obedezca, que se atenga a las consecuencias. Ya se sabe, “está pasando, lo estas viendo”.
El problema para ellos, la ventaja para nosotros es que hoy existen tecnologías capaces de saltarse ese control de la información. Lo que no podemos es volver a perder la batalla. Hay que volcarse en el empeño de contar no lo que quieren que pase, sino lo que está pasando. Decir que las guerras humanitarias no son tales, sino meras invasiones. Que no se persigue apoyar la democracia, sino apropiarse de los recursos en una nueva suerte de colonialismo. Que se trata de destruir los países para que nuestras grandes empresas los reconstruyan de nuevo.
Hace falta tener voz que contradiga a esas otras que pretenden amaestrarnos.
Y esa voz está en este recién nacido Mundo Obrero Digital.