Cartas a Yulca
Antonio GramsciEditorial Crítica, 1989
En la entrega del número anterior sobre las Cartas desde la cárcel de Antonio Gramsci, abordábamos una serie de cuestiones como la utilidad de estudiar y debatir los Cuadernos de Gramsci con el rigor intelectual y con una metodología enraizadas en el materialismo histórico, estudios que también podrían realizarse desde el presupuesto “Gramsci en el combate” parafraseando el título de Christian Lavalle (Marx au combat, 2012), así como incidir en la importancia de sus cartas como partes integrantes de la organicidad de su obra, fuente fundamental de su biografía de los años que vive, primero fuera de Italia, y después en la cárcel y libertad vigilada, sin eludir que en estos años su salud, progresivamente dañada, es un condicionante en todos los ámbitos de su vida.
Los elementos biográficos no siempre se corresponden de un modo mecánico con la obra de un autor, aunque a veces de modo muy sutil puedan existir, fenómeno que no deja huella en las más tres mil páginas de los Cuadernos donde no se percibe ninguna señal de su estado físico y anímico, y eso que determinados acontecimientos de su vida pudieron mermarle su entereza y capacidad intelectual que siempre luchó por conservarlas, lucha de la que sí dejó testimonios: En la carta que escribe a su madre el 25 de abril de 1927 leemos: “…Tú debes comprender que tiene nada que ver con ello ( su detención) mi rectitud, ni mi conciencia, ni mi inocencia o culpabilidad: Es algo que se llama política, justamente porque todas esas hermosas cosas nada tienen que ver con ella […] Como las cosas son así, no hay que alarmarse ni ilusionarse; solo hay que aguantar con gran paciencia y resignación”. Idéntico argumento para tranquilizarla leemos en otra escrita en agosto del mismo año: “Tengo dos niños que son educados y crecen como a mí me gusta y que se convertirán en hombres enérgicos y fuertes. De forma que estoy aquí tranquilo y sereno y no tengo necesidad de compasión ni de consuelo… y estoy segurísimo de volver a abrazarte y verte contenta”.
Este tipo de argumentos se prodigan a lo largo de sus años de cautiverio, pero es clarificadora la carta a su hermano Carlo en la que explica su estoicismo, superador del binomio optimismo-pesimismo y que sintetiza con la conocida frase de Romain Rolland soy pesimista con la inteligencia, pero optimista con la voluntad, no sin explicarle antes que el hombre tiene una fuente de donde mana su vigor moral para saber acomodar medios y fines y no caer en los vulgares estados de ánimo como el pesimismo o el optimismo, cualesquiera que sean las circunstancias.
Las Cartas desde la cárcel se complementan con el conjunto de cartas que escribió a su mujer antes de su estancia en prisión, agrupadas con el título de Cartas a Yulca, publicadas en el año 1989, hoy descatalogadas. Esta colección fue realizada por Mimma Paulesu y traducidas por Francisco Fernández Buey, autores respectivos de su prólogo “Amor y revolución” y del estudio “Recuerdo de Julia” que enriquecen la edición. La importancia de este libro, reiteramos, es que a las cartas escritas desde la cárcel se suman aquellas que fueron remitidas cuando Antonio Gramsci estaba en libertad y que juntas configuran el drama o la tragedia que vivieron tanto Yulca (Julia) como él desde los primeros años de su encuentro.
Uno de los aspectos que Italo Calvino indica es que las Cartas tienen un carácter memorialístico y, que como tal, se organizan en una narrativa donde las diversas tramas y subtramas, “diálogos” y “personajes” se articulan en torno a su protagonista: un revolucionario preso, enfermo y enamorado que no puede participar en la acción política, porque su situación de preso le aísla del mundo exterior al tiempo que le distancia con el dolor añadido de que su mujer e hijos viven en Moscú y que por diversas circunstancias no pueden trasladarse a Italia, hecho que justifica la edición Cartas a Yulca y que no infravalora la importancia de las demás cartas escritas a otros corresponsales, como a Tatiana y su madre.
Antonio Gramsci no había cultivado asiduamente el género epistolar hasta después del viaje a Moscú a finales de mayo de 1922 como representante del PCI en el Ejecutivo de la Internacional Comunista después de once años de director de L’Ordine nuovo. A su llegada a la capital soviética le aqueja una fuerte depresión que le obliga a internarse por consejo de Zinoviev en un sanatorio en la afueras de Moscú. Allí está una joven, Eugenia, con sólidos conocimientos del italiano con quien conversa con asiduidad, circunstancia que para él es un alivio hasta el día que conoce a Yulca, su hermana, cuando fue a visitarla. Desde el primer momento, Antonio Gramsci siente un tipo de turbación que jamás había sentido en su vida: el enamoramiento que dan fe las cartas escritas entre agosto de 1922 y noviembre de 1926 durante los periodos en los que estuvieron separados, un acontecimiento en su vida privada que va a remover hasta la naturaleza de su compromiso hasta entonces carente del encuentro con un “tú”. La reflexión, más allá del rubor, sobre el sentir y el conocimiento del amor la encontramos en la carta fechada en Viena el 6 de marzo de 1924 y de la que entresacamos el siguiente párrafo: “Cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando no se había querido a nadie, ni siquiera a la propia familia, si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida militante?”
Esta exaltación, producto de una circunstancia determinada, nos obliga a recordar que él se definió después, no sin humor, como un “lobo sentimental”, unas veces, y un “oso de las cavernas”, otras. Pero los acontecimientos imponen que esta relación epistolar con Julia solo tenga pequeños paréntesis de convivencia y presencia que no se producirá más, una vez que Antonio Gramsci ingrese en la cárcel. Entonces las cartas, serán el vínculo de comunicación, bien directamente, bien a través de Tania, hermana de Julia, que vivía en Italia con la que mantendrá, no solo contactos epistolares, sino personales, en diversas ocasiones que le visitó en la cárcel de Milán y en la de Roma.
Si en los Cuadernos A. Gramsci desarrolla junto a determinados temas monográficos una miscelánea de notas de diferentes contenidos, en las cartas, además de comunicar sus circunstancias inmediatas, se pueden rastrear también una serie de asuntos concomitantes con aquellos. No debemos olvidar que sus apartados fundamentales, como la investigación sobre la historia de los intelectuales italianos, los estudios de lingüística comparada y sobre el teatro de Pirandello, los ensayos sobre las novelas populares o folletines y sus investigaciones sobre la obra de Maquiavelo, ya aparecen proyectados en algunas de las cartas dirigidas a Tania. Pero en las cartas de este segundo periodo dirigidas a Julia, su preocupación principal es mantener viva su relación sentimental a pesar de las limitaciones de la distancia y de los intrínsecos malentendidos generados por la escritura epistolar, y de estar “presente” en la educación de sus hijos.
Antonio Gramsci, siempre atento a las cuestiones pedagógicas, la formación y desarrollo de la personalidad del niño no podía sustentarse solo en que éste acogiese caóticamente del ambiente general todos los motivos vitales, sino seguir con una atención constante su desarrollo. Así, cualquier comentario o información recibida sobre Carlo o Giulio, el comentario, la narración de un cuento –son varios los que se pueden rastrear en su epistolario con un fin didáctico- o la reflexión era inmediata. Un ejemplo, que revela su desvelo, no por el interés científico, sino por su ligazón fundamental como padre, es cuando recibe la noticia de que el regalo de año nuevo de su hijo ha sido un mecano: “Debes informarme –le dice a Julia- de cómo interpreta Delio el mecano. Nunca he podido decidir si el mecano, al quitarle al niño su espíritu inventivo, es el juguete moderno más recomendable… creo que la cultura moderna (tipo americano) cuya expresión es el mecano, vuelve al hombre un poco seco, maquinal, burocrático y engendra una mentalidad abstracta”.
El epistolario concluye con varias cartas a sus hijos en la que les habla de historia, cultura y literatura –aun le quedan energías para comparar a Wells con Homero– y de sus juegos preferidos en su infancia, pequeños ejemplos de la riqueza de conocimiento y ternura que abarcan estas casi quinientas cartas escritas con la luminosidad de un lenguaje distinto al alusivo de los Cuadernos y que configuran hoy día un retazo de historia en las que la fiscalidad del tiempo no ha logrado acallar.”