En la retina de la memoria aún existen muchos españoles que guardan este cliclé: la copla es una música de la dictadura. Falso: uno de los más grandes intérpretes de este género fue Miguel de Molina, que de franquista tenía muy poco. Segundo estereotipo: la copla es esa música de mantilla, peineta, traje de cola de un color vivo a lunares, donde una cantante maquillada hasta las pupilas canta unas canciones de amores y desamores con aspavientos y gestos impostados. Falso de nuevo: el disco póstumo del Paco de Lucía se titula ‘Canción Andaluza’, un homenaje a inmortales coplas en su vida, así como en la de millones de amantes de la música. Cierto es, por el contrario, que algunos programas de televisión dedicados a la copla ayudan muy poco a desmontar estos tópicos. Es el caso del que emite la televisión de Castilla-La Mancha: eso sí es caspa, y de la gruesa. Pero no es una excepción: es que toda la programación de esta cadena destila una aroma rancio insoportable a mayor pleitesía de la presidenta de esta comunidad. Pero ese es otro tema.
La revitalización de la copla y su reivindicación como un estilo musical respetable comenzó a finales de los noventa del pasado siglo. Uno de esos avispados directivos de la compañía disquera BMG-Ariola, con olfato o gusto por el riesgo, reúne a afamados nombres de la música pop, de autor y del nuevo flamenco para grabar canciones clásicas de la copla. El disco, titulado ‘Tatuaje’, es un experimento que logra un éxito inesperado para la empresa discográfica. Son catorce títulos cantados por Antonio Carmona, Enrique Búnbury, Aute, Sabina, Calamaro, Marta Sánchez, Antonio Carmona, Víctor Manuel, Javier Álvarez, Navajita Plateá, Cristina del Valle, Rosario y Ana Belén. El tratamiento instrumental aplicado se sale de los tradicionales arreglos de orquesta. Destaca sobremanera, cómo no, la versión de Antonio Vega de ‘¡Ay, pena, penita!’; es que este hombre elevaba a una tercera dimensión todo lo que cantaba. Tras este pelotazo discográfico, el sello quiso repetir con una segunda parte. Por razones que desconozco, nunca se materializó.
Diez años después, en 2009, se produce otro terremoto. Uno de los grandes del flamenco, Miguel Poveda, graba un ramillete de canciones señeras de la copla con los arreglos y el acompañamiento al piano de Joan Albert Amargós. Sencillez, belleza, intimidad en ‘Coplas del querer’. El disco llega a vender miles de ejemplares por su excelente factura. Y, siguiendo con este periplo, hace unos meses se ha publicado otro excelente ejemplo de cómo se puede cantar copla y no soltar un olor a naftalina. Es María Rodés, catalana, que bajo el título de ‘María canta copla’ le ha dado otra vuelta de tuerca a esos emblemáticos títulos. En uno de ellos, ‘Tatuaje’, canta con otro personaje de cuidado, Albert Pla.
Queda claro cómo es la copla bien entendida. Y, casi prima hermana de ésta, hallamos la zambra, un palo del flamenco que los verdaderos cantaores acometen en todo su esplendor. Y no es fácil. El maestro, Manolo Caracol. Su discípulo, Miguel Poveda, quien incluye en su disco de copla una composición de Quintero, León y Quiroga llamada ‘A ciegas’ (en su día cantada por Concha Piquer y Marifé de Triana), que se convierte en el tema principal de la película ‘Los abrazos rotos’, de Pedro Almodóvar. Antes ya había grabado la zambra en su disco ‘Suena flamenco’. Nadie ha cantado tan bien la zambra después de Caracol. Y, por supuesto, Paco de Lucía la incluye en su testamento musical con la ‘Zambra gitana’ en la voz de Parrita, con ecos de Caracol.
Que sí, que la copla es otra cosa.