En estos días que corren, la Unión Europea está siendo testigo, hasta apocoparía “desconcertada”, de cómo los partidos de extrema derecha están llegando a alcanzar importantes cuotas de poder, o incluso a gobernar, en algunos de sus estados miembros. Esto, a priori, no es de extrañar porque la historia ya ha demostrado cómo las crisis sistémicas del capitalismo son el caldo de cultivo perfecto para el auge del fascismo, pero lo que sí está sorprendiendo a la gente es que dicho auge se está dando en un país como Alemania. Esta sorpresa viene dada principalmente por dos factores muy determinantes que la maquinaria de marketing internacional del gobierno de Alemania, junto al beneplácito y apoyo del mass-media, se ha encargado durante años de primero ocultar, después blanquear y al final esta unión ha desembocado en que partidos como AfD sean la tercera fuerza política del país.
El primer factor determinante sería el ya archiconocido milagro económico alemán que vino tras la II Guerra Mundial. Mucho se ha escrito sobre cómo se produjo, pero poco o nada sobre la deriva del mismo hasta nuestros días, especialmente desde el final de la República Democrática Alemana, el cual significa el pistoletazo de salida para el desmantelamiento descarado, del Estado del Bienestar que se había implantado en la Alemania Federal. Hoy día se sigue vendiendo a nivel internacional que Alemania es un país con un alto poder económico y con cuotas de paro muy bajas. Si bien hay parte de verdad en ello, no hay que olvidar que esta situación se da gracias a inventos como los minijobs (trabajos de menos de 55 horas mensuales) que junto con el subsidio llamado Hartz-IV, acaban ejerciendo de muletas para la supervivencia de sus habitantes. Este ejemplo unido a otros como la falta de conciencia de clase o la práctica ilegalización de la lucha obrera por parte del gobierno Federal en la época de la Guerra Fría, ha hecho que se radicalicen las desigualdades entre las clases sociales creando una masa proletaria grande, sin esperanzas y poco cohesionada.
Y como segundo factor se encuentra el más obviado y del que prácticamente no se habla debido a su mitificación, la desnazificación de Alemania. Junto a la fachada que se vende a nivel internacional de una Alemania como locomotora económica de Europa, también se vende como ejemplar el proceso político llevado a cabo tras el final de la II Guerra Mundial con la desarticulación de la Alemania Nazi. Cierto es que fue mejor realizado que el proceso de la Transición Española, pero no por ello el nazismo desapareció de un plumazo. Se procedía a prohibir toda exhibición, edición y distribución de simbología explícitamente nazi o libros como Mein Kampf y se llevaron a cabo los Juicios de Nuremberg. Pero todo esto no produjo que aquellos ciudadanos, e integrantes de cuerpos como las SS, olvidasen automáticamente toda la ideología en la que habían creído durante más de una década. Exceptuando los casos más conocidos, que acabarían en condenas a muerte, el resto fueron, como mucho, condenados a varios años de cárcel, lo que hizo que tras su condena se diluyesen de nuevo en la sociedad o, como pasó con muchos de los científicos, se reincorporasen a puestos de responsabilidad. Por tanto nunca, realmente, se intentó eliminar de verdad las raíces del nazismo en Alemania (por supuesto se habla en todo momento de la RFA). Este desinterés ha provocado que el fascismo, latente e infravalorado durante décadas, se desenmascarase debido a la última crisis importante del sistema capitalista. Ejemplos claros de cómo se ha estado ignorando deliberadamente este problema son: la existencia de partidos como el NPD (Partido Nacionaldemócrata Alemán) desde mediados de los años 60 del pasado siglo, con una clara línea nacional-socialista (tanto por sus colores como por sus eslóganes, el cual nunca ha sido ilegalizado, siempre encontrando alguna excusa constitucional o de forma; la permisividad de manifestaciones de corte claramente ultraderechista, como la que se celebra de manera anual en conmemoración de Rudolf Hess, las semanales que se venían celebrando en Dresde bajo la convocatoria del movimiento político PEGIDA, o, sin ir más lejos, la que se produjo recientemente en Chemnitz bajo el pretexto de que un par de inmigrantes supuestamente habían matado a un ciudadano alemán; o la impunidad con la que actúan en el día a día los grupos neonazis, con acciones como las retiradas de las Stolpersteine o las salidas de “cacería al inmigrante”.
Los dos factores descritos anteriormente, junto con la capacidad camaleónica que tiene el fascismo, han desembocado en que un partido de extrema derecha, como es el de AfD, acabe con una alta representación en el Bundestag. Pero no habría que culpar solamente a los gobiernos; los partidos de izquierdas, o los que se hacen llamar socialdemócratas, tampoco han sabido trabajar para evitar esta situación y no han reaccionado hasta que el fascismo ya se ha mostrado sin temor públicamente. El principal problema, hasta la llegada de estas tardías reacciones, ha sido que la resistencia en Alemania ante el fascismo se ha dejado de mano de plataformas de movilización, como Gegen Nazis, o redes de militantes extraparlamentarias, como Antifa, que pese a su grandísima labor a nivel de base, no tienen la fuerza necesaria para frenar el auge de la ultraderecha allí donde es legalmente posible.
Aún está por ver cuál es la solución, al problema del fascismo, que los partidos van a darle aquí en Alemania. De momento, ninguna de las intentadas hasta ahora han dado el resultado esperado, de hecho todo lo contrario. Habrá que estar pendientes del desarrollo final de la nueva plataforma Aufstehen de las y los compañeros de Die Linke.