Retrato del futbolista adolescente
Valentín RomaPeriférica

Valentín Roma (Mataró 1970), que durante algunas temporadas fue una gran promesa futbolística, y hoy dirige La Virreina, Centro de la Imagen de Barcelona, publicó hace dos años la novela, El enfermero de Lenin (Edit Periférica), donde, en clave de relaciones paterno filiales o viceversa, se abordaba de manera reveladora el franquismo de lo cotidiano: la fábrica como opresión y como espacio de rebelión, el silencioso trabajo de las madres, la militancia en el comunismo como salvaguarda de la dignidad.

Aparece ahora Retrato del futbolista adolescente, que, acogida al comprometedor título joyciano, se adentra en el mundo moral de un protagonista que es además un narrador en primera persona, circunstancia que constituye un rasgo formal que comparte con la llamada autoficción tan de moda en estos tiempos narrativos. Sin embargo, como trataremos de mostrar, esta novela nada le debe a esa tendencia aunque a primera vista podría parecerlo pues en su entramado se encuentran rasgos autobiográficos.

La historia de este futbolista adolescente está escrita en primera persona “Cada cierto tiempo sueño con que soy, otra vez, un futbolista adolescente. Y me veo de nuevo en el túnel de vestuarios, nervioso y con frío, palpándome los tobillos” pero en su novela, al contrario de lo que sucede con tantas novelas que ofrecen el yo del narrador-autor como mercancía, la voz que reclama nuestra atención no es una voz exhibicionista que bajo el pretexto de “lo auténtico” nos vende sus entretelas más individualistas envueltas a veces en un tono sentimental y tremendista que se hace pasar por “crítica social de izquierdas” sino una voz que se asume como representación de una situación social y cultural concreta y colectiva muy lejos del yo comercial de la autoficción.

No estamos ante una novela “de fútbol”. Lo hay, pero no como escenario sino como situación moral y estética, como espacio para el encuentro entre la memoria del narrador y sus reflexiones y derivas sobre la escala de valores en la que se crece y vive. Lo que sí hay es la historia, inteligente y entretenida, de un protagonista que inmerso en el postfranquismo de la Transición no deja de preguntarse sobre aquel dilema que Sartre planteó: “Una cosa es lo que han hecho con nosotros y otra es lo que hacemos con lo que han hecho con nosotros”. Un reflexión especialmente válida para estos tiempos post y preelectorales en los que sigue siendo necesario y urgente meditar sobre las posibilidades de “hacer Revolución”.

Quien nos cuenta la historia no es un yo mercantil y narcisista sino un yo moral que se plantea y nos ofrece el retrato de las condiciones objetivas en donde una subjetividad, la del adolescente futbolista en este caso, se ve obligado a actuar, es decir a elegir y elegirse en medio de la realidad social del postfranquismo: “La lucha de clases fue sustituida por un limbo lleno de aspiraciones, que abarcaba desde tener tele en color hasta tener el don de la palabra. La disidencia antifranquista se transformó en un asunto de sobremesa”.

Retrato del futbolista adolescente es la historia de un desclasamiento. El narrador y protagonista, que no es tanto el adolescente sino el hombre ya maduro que recuerda aquel tiempo de encrucijadas, es consciente de que su destino estaba marcado por ese desclasamiento que en las sociedades del capitalismo se presenta como “destino natural” para las clases subalternas y, desde esa “conciencia de desclasado”, nos cuenta sus vacilaciones a la hora de plantearse los posibles caminos de ascenso social, un tema que sin duda, y al menos desde el El rojo y el negro de Stendhal, constituye en sí todo un genero narrativo.

Por un lado el fútbol profesional con sus efectos colaterales de dinero y éxito popular, por otro la cultura como prestigio y garantía de “sensibilidad estética”: “Los caminos del desclasamiento son múltiples, quebradizos y nada inescrutables, el mío fue rechazar la vulgaridad que conllevan ciertos triunfos: un desclasamiento del desclasarse”. Asistimos así a un vivo proceso lleno de dudas e inquietudes durante el cual el adolescente, que encontrará en la lectura y en los avatares amorosos refugio y tiempo para la reflexión, mantiene una posición autocrítica de raíz social y política, “Me alejo de mi clase social porque triunfo jugando al fútbol y porque gano el triple de dinero que mi padre”, que desde su infancia de hijo de obrero ha heredado a modo de subterránea conciencia que le llevará a sentirse disconforme y romper con la promesa de ascenso que el mundo del fútbol le propone, eligiendo como horizonte de vida el cuestionamiento de aquellos valores que desde el confort moral de la Transición le son presentados como parte de la nueva y deseable normalidad: el triunfo personal, el dinero, la casa con piscina, el éxito y sus prebendas machistas. Novela por tanto que más allá de una historia personal da cuenta del desclasamiento colectivo que la Transición política legitimó e impuso como cultura dominante. La Transición como una traición colectiva: “mientras los herederos del franquismo afianzaban la posguerra civil mediante un rey, un mercado y un periódico comunes, entré en un bucle desazonador”.

Una novela de “desaprendizaje” de un hijo del postfranquismo. Algo semejante a lo que autores como Landero, Muñoz Molina, Cercas o Rafael Chirbes nos han contado en sus novelas de corte más autobiográfico, tan propias de la narrativa de la Transición, pero en las que el desclasado asume autosatisfecho los valores de la cultura a través de la cual ha instrumentalizado su escalada social. El protagonista de la novela de Roma sin embargo –“sin agraviar esa vida abnegada que los padres representan”– tampoco es alguien que desde la condición de ganador quiera además usurpar, vía literatura, el aura moral, estética y simbólica de los perdedores.

Aquel futbolista adolescente de antaño sabe bien, y eso es lo que en definitiva la novela nos cuenta, que no se puede estar en misa y repicando por mucho que eso sea el sueño dorado de las clases medias surgidas al amparo del franquismo y el postfranquismo bajo cuyas sombras todavía hoy nos movemos. Un sueño que la crisis económica ha hecho saltar por los aires pero que sigue presente en los imaginarios de una gran parte de nuestros conciudadanos. Ese narrador nos ofrece el fuerte entendimiento del desclasamiento como traición mientras sospecha también del lugar social que alcanza en un entorno cultural tan oscuro y opresivo en muchos aspectos como aquel otro y donde la desazón existencial y social no cesa de estar presente para un protagonista que, como Peter Weiss, sigue preguntándose: ¿Cuando miran ven lo mismo un burgués que un proletario?

Y frente a estas preguntas esta novela responde: no. Predomina hoy el entendimiento de que las novelas deben solo plantear preguntas y nunca ofrecer respuestas. Esta novela sí se atreve a darlas. Algo casi absolutamente inusual por estos pagos y babelias literarias.