Han pasado ya 80 años desde aquel día, un 20 de marzo, en que Pepe Díaz, incapaz de soportar los dolores del cáncer de estómago que padecía, se suicidó en Tiflis, capital de Georgia.
En la calle San Luis de Sevilla un sencillo azulejo homenajea la vida de este sevillano del barrio de la Macarena. La calle San Luis por un lado desemboca en el centro del Sevilla y, por el otro lado, se alarga hasta el arco de la Macarena, a un lado de la basílica donde aún sigue enterrado el genocida Queipo de Llano. Entre los muchos asesinatos que ordenó estaban las dos hermanas de Pepe y su compañera sentimental.
José Díaz Ramos era panadero, afiliado al anarquismo, y en contacto permanente con el líder de los obreros portuarios Saturnino Barneto, también anarquista, aunque no tardaron en afiliarse al Partido Comunista. Cinco años después, en el IV Congreso, celebrado en Sevilla, Pepe Díaz sería nombrado Secretario General del PCE y Saturnino Barneto, junto a otros dirigentes de la nueva etapa, como Dolores Ibarruri, se integraron en la dirección, marcando un periodo distinto que superaba el sectarismo de la etapa anterior.
La nueva política podría resumirse a partir del mitin pronunciado por Díaz en 1935, donde lanzó la idea organizativa y política de “Concentración Popular Antifascista”, que era el primer ladrillo para la construcción de un frente amplio, en relación con otros partidos y organizaciones, que desembocaría en el Frente Popular.
POLÍTICA DE ALIANZAS
Si algo caracteriza de manera diferencial la forma de hacer política de Pepe Díaz es su relación con la sociedad, a la que nunca dejó de oír, porque él, como Dolores, era un buen representante de la gente, pero, sobre todo era gente. Esta forma de entender a la gente la transformó en dos realidades, nucleares en su pensamiento. De un lado, su forma incipiente de detectar el gran dragón que anidaba en las entrañas de la España eterna y de sus representantes más genuinos: el fascismo, que estaba allí, a los ojos de todos, aunque en estado latente y muchas veces invisible. De otro lado supo concebir como nadie la estrategia que podría neutralizarlo: la unidad, la política de alianzas, la necesidad de un frente que, por amplio, traspasara incluso los límites de lo que entonces se conocía como izquierda.
Fue posible parar al dragón fascista en una primera instancia, a través del triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936. Pero el fascismo estaba allí y supo acumular odio y capacidad de conspiración frente a la política decisiva, de renovación estructural, que el Frente Popular programaba desarrollar desde el gobierno.
Pepe Díaz fue un dirigente fundamental durante la guerra civil, no solo porque supo organizar un gran Partido Comunista, que creció sin descanso en afiliación y madurez política, sino por la propia orientación de las fuerzas republicanas frente a los sublevados, a la hora de superar las propuestas radicales en el sentido de que había que operar la revolución en pleno desarrollo bélico, sin esperar a ganar la guerra.
A finales de 1938 Pepe Díaz no pudo aguantar más y tuvo que ser trasladado a la Unión Soviética para ser operado. Murió en 1942, y fue sustituido por una mujer, que se había integrado en la máxima dirección en el Congreso de Sevilla, y que había asumido como nadie la nueva política de alianzas y de relación con la sociedad: Dolores Ibarruri, Pasionaria.