Colocar un peldaño es lo importante:

Acortar el peligro y la distancia,

Asomar ya los dedos como garfios

Por el alto pretil de la muralla,

Y dejar que el esfuerzo del hermano

Apoye su raíz en nuestra espalda.

Carlos Álvarez, Los poemas del bardo

Ocurrió en junio de 1973. Ciento sesenta militantes comunistas fueron detenidos a lo largo del mes y dieron con sus huesos en los calabozos de Mérida, en la Jabonera de Villanueva de la Serena, en el cuartel de la Guardia Civil de Don Benito y en la cárcel de Badajoz. Es «la caída del 73», como siempre la han llamado los comunistas extremeños, el acontecimiento represivo más importante en la comunidad desde los años de la postguerra y seguramente una de las redadas más masivas de toda España en el tardofranquismo.

Las primeras detenciones se producen el 8 y 9 de junio. Primero caen los militantes de Villanueva, de Valdivia, Orellana la Vieja y Navalvillar de Pela. Pero pronto la redada llega a Don Benito, que es en esos años el corazón de la organización comunista en Extremadura, y de ahí la onda represiva se extiende y golpea a las células de Santa Amalia, Calamonte, Aceuchal, Mérida y Montijo. En total diez localidades, la mayoría de ellas situadas en los contornos del Plan Badajoz, en las vegas del Guadiana, donde el PCE, pacientemente, desde hace más de una década viene construyendo un enjambre de resistencia.

Quisieron dar un escarmiento masivo. Para los interrogatorios llevaron personal especializado de Madrid y Sevilla. Uno preguntaba y dos torturaban, y cuando estos se cansaban les sustituían otros dos.

A Miguel Herrera le detienen en la gasolinera donde trabaja, a Isabel Domínguez vendiendo puntillas y retales en el mercadillo, a Pedro Berrocal en la cuchillería, a Manolo Paredes le prenden mientras da clases en la autoescuela y a Juan Díaz en la parcela cuando está arando, allí mismo tendrá que dejar mulo y carro. A Santiago Leal le arrestan a las cuatro de la tarde en la finca donde él y otros veinte jornaleros trabajan en la cosecha del pimiento. Todos ellos y sus camaradas sufrirán el maltrato y la tortura de los sicarios de la Brigada Político-Social. José Blázquez, el zapatero de Valdivia, como es conocido por todos los compañeros, lo relatará en un minucioso informe enviado al Comité Central poco tiempo después de las detenciones: «Para estos interrogatorios viene personal especializado de Madrid y Sevilla. Un energúmeno pregunta y dos torturan, y cuando estos se cansan en su…“honrada labor”, otros dos vienen para sustituirlos. Los métodos a emplear eran así: puñetazos en el estómago y los costados; patadas en los testículos, esto para empezar, y si el resultado no era para ellos satisfactorio procedían a sentar al acusado en una silla, esposarlo con las manos atrás, despojarle de los zapatos, uno le sujeta las piernas y otro, con un verduguillo golpea en dedos y tobillos hasta perder el conocimiento». Ni uno más, le dirá Miguel Herrera a los compañeros de Calamonte, exhortándoles a no decir el nombre de ningún camarada. «Tú no sabes que nosotros tenemos un sistema que hace hablar a la gente», le dice un ganapán del suplicio a Gregorio Sabido, uno de los detenidos más veteranos. «Pues sí que lo sé». «Entonces puede usted ir hablando». Gregorio, con la sencillez y la integridad de un viejo militante le contesta: «Lo que tengo que hablar ya está dicho».

Lo que quieren desmantelar los esbirros del régimen y lo que emerge en la caída del 73 es la siembra tenaz de varias generaciones. A pesar de la masacre de Badajoz y de las incontables matanzas pueblo a pueblo, y a pesar de la sangría de la emigración, los movimientos populares han comenzado a despegar en Extremadura. También aquí, más tardíos que en Madrid, Cataluña o Euskadi, pero con una intensidad considerable, arraiga una política de masas que tiene en el PCE a su principal motor. «El PCE no sólo era el partido más numeroso, mejor organizado y más activo de cuantos lucharon contra el franquismo. Sus militantes y cuadros formaban parte integral de movimientos y expresiones de oposición a la dictadura, ejerciendo en muchos momentos su «dirección cultural y moral». Así, con su habitual sutileza, explica el historiador Juan Andrade cómo el PCE fue construyendo su hegemonía. Con la modestia necesaria esta afirmación también puede hacerse en relación a Extremadura. Será el partido que no cesará nunca en los intentos de reorganizarse y reorganizar la resistencia. Primero en la guerrilla y en las colonias penitenciarias y después en el movimiento obrero y campesino pero siempre en la arena, siempre tejiendo alianzas. Las caídas en 1947, 1961 y 1973 serán las más masivas, pero no las únicas. Badajoz, Almendralejo, Ribera del Fresno o Alconchel serán, junto a los pueblos ya mencionados, algunos donde se producirán las detenciones de mayor número de compañeros. La huelga del arroz, en 1961, será la expresión más palmaria de ese trabajo molecular que desarrollan los comunistas extremeños. Es la primera gran victoria de aquel vietcong de las Vegas Altas, del movimiento obrero extremeño tras la guerra civil.

Movilización contra la central nuclear de Valdecaballeros (Badajoz)

Durante la década de los sesenta y hasta las postrimerías del franquismo la política del PCE ganará en solidez, en solvencia teórica y en capacidad de alianzas. Será capaz de conectar con las nuevas generaciones y de confrontarse con la nueva situación política y económica que está generando el Plan de Estabilización de 1959. En Extremadura el PCE se construye entre bancales. Las Comisiones Obreras, la Unión de Campesinos Extremeños, el vínculo con los cristianos de base en la JOC o la HOAC, serán algunos de los frutos de la nueva estrategia. Basta asomarse a las páginas del suplemento extremeño de La Voz del Campo para comprobarlo. Se trata de un partido clandestino sí, pero pegado a las preocupaciones y afanes de las clases populares. Reunirse al amparo de una romería, de una caldereta o crear un equipo de fútbol, como la Sociedad Deportiva La Obrera, en Don Benito, es una forma de romper el cerco policial, pero sobre todo un medio para ligarse al pueblo.

El viraje del PCE empezaba a cuajar en Extremadura. Eso explica la virulencia de la caída del 73. Es la respuesta del régimen franquista a ese partido-levadura y a los movimientos populares que está engendrando juntamente con otras fuerzas. Se pretendía dar un escarmiento masivo, poner un freno a la extensión de ese magma rebelde.

Qué se recuerda y cómo se recuerda es siempre una batalla política central del presente

Qué se recuerda y cómo se recuerda es siempre una batalla política central del presente. La caída del 73 es un hecho de una enorme importancia no sólo para la historia del PCE, sino para la de Extremadura. Pero no se trata en exclusiva de reconocer el denuedo o la honestidad de quienes lucharon. No es nostalgia lo que hace falta, sino melancolía revolucionaria, como le gustaba decir a Víctor Chamorro. Hay una cita secreta entre las generaciones oprimidas de ayer y de hoy, una constelación de dignidad que en Extremadura une fechas como el 25 de marzo de 1936 y la caída del 73 con las esperanzas del presente. Un hilo revolucionario las trenza y renueva la promesa de otro mundo.

En la Navidad de 1958, desde una cárcel de España un preso desconocido enviaba a Alberti un mensaje de año nuevo: «Nos han talado bosques enteros de camaradas, Rafael. Mas nada inútilmente se ha perdido». Todo está guardado en la memoria.