Si Dios existiera se habría pasado diez días en Rivas tomando notas de cómo, un año más, la militancia comunista levanta de la nada la Fiesta del PCE. Ese sí que sería un buen milagro y no las apariciones marianas. En solo una semana un puñado de hombres y mujeres de fe… revolucionaria, alzan inmensas carpas a pulso, descargan cientos de mesas, diseminan miles de sillas, montan las barras del bar, las cocinas, los stands de los territorios, de las asociaciones, de los partidos, de los camaradas internacionales. Todo con el sudor de su frente y el dolor de las lumbares ¿Cómo tan pocas personas pueden hacer tanto? Militancia. Si a Dios le supusiéramos la capacidad de sentir el pecado capital de la envidia, les envidiaría. No paran, montan exposiciones, pegan carteles… Eso sobre el terreno. Mucho antes se hizo el trabajo invisible de todo el papeleo que va detrás, el de solicitar los permisos: el del espacio del Auditorio Miguel Ríos; la corriente eléctrica para el alumbrado, las planchas, los refrigeradores; suministro de agua; los sanitarios; se contrataron los conciertos y muchas más cosas que sólo el equipo dirigido por Andrés Díez, los camaradas cordobeses y la dirección federal conocen en detalle. Y luego está el más difícil todavía: armar el programa de los tres días, es decir, encajar decenas de debates repartidos entre los cuatro “cubos” de hormigón, la carpa de internacional y la de libros. Hay muchos actos que se desarrollan simultáneamente, y aquí nadie goza del don de la ubicuidad, pero es que además, las actividades que vemos anunciadas sólo son la punta del iceberg de todas las que se interesaron por participar. Pero una vez más Mauricio y su gente consiguieron encajarlo con la paciencia y la precisión que requeriría montar un puzle de 5.000 piezas sin que se pierda ninguna.
Mientras, en otros espacios se aprovecha el tiempo para desarrollar vida de partido con encuentros bilaterales con delegaciones internaciones, reuniones de área, etc, etc. Por si fuera poco a estos militantes comunistas les da por la creatividad, cada año rediseñan los espacios, reubican los escenarios y les da por innovar. Este año Mundo Obrero se estrenó con un vermú/encuentro de colaboradores. Y Joaquín Recio / Atrapasueños presentó el certamen literario-gastronómico de Manuel Vázquez Montalbán, con un menú -digno de cinco estrellas rojas de cinco puntas- que recreaba algunas recetas del escritor convenientemente introducidas por los cocineros y regado todo con un vino riojano a la altura de la celebración. Hay stands que nunca pueden faltar, como el Espacio Violeta flanqueando la entrada y otros que han vuelto este año, como MO radio.
Esta gente parece que no se cansa nunca. Algunas y algunos pasan la noche allí en tiendas y sacos de dormir, en el camping improvisado de cada año. Vienen de fuera y saben que la vida es un día y la Fiesta del PCE tres, sólo tres pero muy intensos, y además de trabajar hay que disfrutarlos. Y luego está todo lo del Rincón Cubano, que ya no cabe en la libreta ni el raciocinio del apuntador: una Fiesta dentro de una Fiesta.
Cuando llega el viernes por la tarde se abren las cajas registradoras que no descansan en tres días, se enfrían las neveras, se cargan de bebidas, se afilan los cuchillos que cortarán cebollas, pimientos, patatas y ajos, se ponen a punto las sartenes, las planchas, las ollas, se cortan los bocadillos, se fríe el pescadito, se va cocinando la paella, las migas, el marmitako, la caldereta, se cuajan las tortillas…. Están listos los vasos reciclables y los barriles de cerveza.
Porque se habla, se debate, pero también se come y se bebe. Y la militancia, cuyos nombres no figuran en el programa, se encarga de los cuidados, de que todo funcione, del avituallamiento, de esas cervezas, aguas, cafés y mojitos en torno a las que se alargan las conversaciones cruzadas e interrumpidas entre saludos de la gente que se mueve por la Fiesta. Sí, la Fiesta parece un hormiguero.
En los cubos se hacen la pruebas de audio y video para grabar los actos, o para que los micros amplíen las voces de quienes toman la palabra. Están en todo. Y también hay libros, muchos…. De los que no aparecen en las mesas de las grandes librerías porque no son equidistantes ni neutrales o porque cuentan cosas que los dueños del negocio editorial no quieren que se lea. Pero eso son justo los libros que la gente aquí busca. Hasta la infancia tiene su espacio.
Organización, organización y organización. La militancia lo llevan en el ADN.
Y así, cuando el viernes por la tarde se inaugura la Fiesta la gente encuentra una pequeña ciudad que durante tres días acoge a las y los camaradas de diferentes generaciones que llegan de distintas ciudades y pueblos de todos los puntos de la geografía española, y también de Cuba, Italia, Francia, Portugal…
A las 7 de la tarde empiezan los debates repartidos entre los espacios de los “cubos” y las carpas de Internacional y de libros que engullen y liberan al público que acude atento a escuchar, a cultivarse y a debatir. Es una oportunidad única que brinda la Fiesta del PCE.
La oportunidad, por ejemplo, de escuchar a Unai Sordo, sentado junto al secretario general del PCE —que sí parece tener el don de la ubicuidad—, diciendo que en este país nadie ha hecho tanto por la democracia como el PCE. Colombianos, cubano, saharauis, palestinos, explican cuáles son los retos por los que atraviesan sus países, el presidente del PIE, Walter Baier, analiza la Europa fortaleza emponzoñada por el ataque ideológico y político de la ultraderecha y Maite Mola lo expande a América Latina desde donde han llegado dirigentes comunistas y progresistas para contar las realidades de sus países y tejer redes. Colombia, Chile, con el 50 aniversario del golpe contra el gobierno de Allende han estado muy presentes, pero no han sido los únicos.
Si estos comunistas vieran a las iglesias, haríamos la revolución pensaría Dios. Su libreta se ha quedado sin hojas y en su afán de perfeccionismo, ha comenzado a relativizar sus capacidades. Demasiados nombres y demasiadas cosas para nombrarles a todos y todas. Son incombustibles: no paran de hablar, debatir, trabajar, tan pronto cocinan, como cogen el micrófono, o sirven bocadillos, compran tantos libros como cervezas, y se quieren mucho, discutir discutirán, pero cualquiera se mete con ellos, son una piña, pensaría el dios-hombre a estas alturas.
Tres días de Fiesta, y todo se va casi como ha venido: la gente, los coches, las tiendas de campaña, las sillas, las carpas… Casi como han venido, pero sólo casi. Todos han crecido un poco más. En una servilleta de papel olvidada en una mesa se puede leer escrito a boli: “Han recargado las pilas”, con una anotación al margen: “lo repiten mucho, buscar significado”.
Cuentan por el Rincón Cubano que al final de la Fiesta había un barbudo canoso despistado con dos bolsas de libros al hombro, un Mundo Obrero bajo el brazo y una camiseta de Lenin que le venía estrecha. Se daba un aire a Marx caído del cielo. Pedía que le pusieran un vaso de esos con hojas verdes y hielos que bebía la gente que estaba bailando y cuyo nombre no encontraba entre sus notas. También, dicen que unas camaradas, viéndole solo y despistado, le invitaron a compartir en su mesa. Alguien anunció que el último reducto de la Fiesta cerraba a las 8.30, pero algunos y algunas no tenían ganas de irse. Si Dios existiera cambiaría de parroquia y de feligreses. Si existiera, igual le encontrábamos el próximo año sirviendo pescadito frito, que para eso se requiere paciencia… menuda cola había.