En 1994 apareció una edición titulada Ramas de un mismo tronco de Manuel de la Escalera en la que se recogía los siguientes trabajos: Tercera balada de la cárcel de Burgos, extraída del ejemplar manuscrito Muro -páginas de prisión-, realizado por los presos políticos de la prisión Central de Burgos en diciembre de 1961, firmado con el seudónimo AMBLARD; fragmentos de Muerte después de Reyes, los cuentos Mamá Grande y su tiempo, y El preso aéreo, un capítulo de la novela inédita El caso del planeta asesinado, el guión cinematográfico El buen juez, y el primer acto de Alba diferida, balada de cautivos en tres actos, también inédita. La obra publicada de Manuel de la Escalera es breve. Hemos intentado infructuosamente encontrar las causas de este «secuestro.» Nadie nos ha querido informar y cuando lo han hecho, la respuesta ha sido que el heredero o herederos de su obra no permiten publicarla.
Este escritor, cuya vida y obra parecen condenadas al olvido y la clandestinidad, tiene una biografía de plenas experiencias humanas, artísticas y políticas. Nacido en México (1895) de padres españoles realiza estudios de arte y de cine en varias ciudades europeas, pero es en París donde, en contacto con el surrealismo y la obra de Marx y Freud, adquiere una nueva conciencia social y política que le impulsa a crear determinados proyectos populares cinematográficos dentro del movimiento nacional de cine clubes, rotos por la Guerra civil. Con esta experiencia, durante la misma organizó una especie de «guerrillas de cine» que recorrieron los frentes, al tiempo que rodó varios documentales en el campo de batalla. Es detenido después de la derrota del frente de Asturias y no alcanzará la libertad hasta veintitrés años después, en el año 1962. A partir de entonces, vivió, primero en México y, a partir de 1970, en España dedicado a trabajos editoriales. Como apuntamos antes, su obra publicada es escasa: Muerte después de Reyes, Cuando el cine rompió a hablar, Mamá grande y su tiempo, Cuentos de nubes que incluye una carta introductoria tan lúcida como entrañable de Antonio Buero Vallejo en la que, muchos años después, rememora su encuentro en un patio de cárcel con voz solidaria de camarada. Dice el autor de El tragaluz cuando se refiere a Muerte después de Reyes: «Pues conociendo muy bien, como tú, la realidad represiva y carcelaria en él descrita, no vacilo en proclamar que, de cuantos libros han podido al fin leerse acerca de aquella tremenda experiencias del dolor hispano, el tuyo que aquí cito es, sin menoscabo de su punzante veracidad, la más admirable conversión en bella y hondad literatura merecedora de perduración, de las terribles vicisitudes padecidas por nuestro pueblo cuando quiso edificar una España liberada de la agresión reaccionaria.»
Pocas veces encontramos un estímulo tan lúcido como el de A. Buero Vallejo para iniciar una lectura de un libro tan arrinconado como olvidado. Porque Muerte después de Reyes no es un libro más que añadir a la literatura escrita en la cárcel porque equilibra su valor testimonial con sus valores literarios. Sobre este aspecto, podríamos decir que se inscribe en la mejor tradición iniciada por El último día de un condenado a muerte de Víctor Hugo en contra de la pena de muerte, aunque Muerte después de Reyes es más que un alegato. Sería muy interesante comparar los dos relatos, uno ficción, otro, autobiografía, entre sí, porque de la comparación de ambos, la comprensión de Muerte después de Reyes sería más amplia y profunda y evidenciaría sus valores narrativos. Escrito en la urgencia y el peligro su autor no descuida utilizar lo adecuados medios lingüísticos para superar las contingencias carcelarias.
Muerte después de Reyes se inicia con el siguiente frontispicio que por su importancia trascribimos: «Desde que comenzó la guerra en España, miles de hombres y de mujeres pasaron por las celdas de muerte y, entre ellos, muchos escritores y escritoras. Pero hasta la fecha, no se sabe de ningún español que dejara testimonio escrito de su trágica experiencia. El diario que sigue, escrito en la prisión de Alcalá de Henares, salió de ella clandestinamente en 1945, y estuvo guardado diecisiete años, hasta que en 1962, su autor recobró la libertad.»
Este diario se inicia el 15 de diciembre de 1944 y queda interrumpido el 17 de Enero de 1945 porque la vigilancia, según el autor, sobre los presos era cada vez mayor, y era peligroso seguir teniéndolo en la celda. En este espacio de tiempo el autor no sólo señala las vicisitudes que se producen en la cárcel, sino que también aborda el pequeño relato, la denuncia contra el sistema carcelario y la tortura, la evocación romántica, el homenaje a sus compañeros vivos y muertos, con una voluntad del quehacer literario: «No tengo tiempo de cribar o de elegir y que cada cual coja lo que quiera», nos dice el autor en una de las secuencias iniciales que sabe que lo que ocurre en la cárcel de Alcalá de Henares es Historia formada por muchas historias. Ahí está la grandeza de este pequeño libro ejemplar formado por secuencias donde el pasado y el presente se aúnan para dar a la posteridad un testimonio sentido y lúcido de la sinrazón desde una libertad secuestrada, pero desde una mente libre: «Deseo hablar de la vida cotidiana de la cárcel y de mis compañeros; pero a cada paso me siento acosado por los recuerdos de «la calle,» «la calle,» metáfora de la libertad, que se opone a la «Esfinge», testigo ciego de los peores monstruos de la razón y jefe en plaza de los siniestros sótanos de la Puerta del Sol.
Estos son los espacios donde el autor sitúa las experiencias y recuerdos del protagonista, a veces protagonistas colectivos. La crónica inmediata se mezcla con la «evasión» a otras realidades amables, libre contrapunto al desgarrador presente, ante la constante presencia de la tortura, descrita en varias viñetas que subrayan más el sufrimiento y las humillaciones físicas y morales del torturado que las fáciles descripciones maniqueístas. El espanto y la destrucción quedan perfilados con nitidez con la misma precisión que enuncia el lenguaje poético, así como la resistencia digna de los torturados descrita en todos los casos, vencidos y no vencidos, sin la ejemplaridad de héroes. A la dignidad, parece decirnos el autor, le sobra la servidumbre de la ganga retórica.
La tregua de Navidad termina y el día antes que se cierre este diario, 16 de enero de 1945, se ha producido otra de las muchas «sacas» -número indeterminado de presos elegidos para ser fusilados al amanecer- que eran habituales de madrugada en la prisión de Alcalá de Henares. La secuencia de este día es un homenaje a aquellos compañeros que fueron asesinados en la madrugada. El relato es una crónica despiadada contra el crimen político. Y canto a la dignidad de los fusilados cuyos nombres aparecen en medio de un rectángulo como lápida perenne contra el olvido:
JESÚS CARRERAS
FÉLIX PASCUAL
JOSÉ VICENTE
MANUEL LOZAR FELIX
IGNACIO LÓPEZ DOMINGO
PEDRO ARROYO SANZ
GARRIDO
VÍCTOR CRISTÓBAL MORENO.