Me reúno conmigo mismo al borde del preaviso otoñal que vivimos y medito acerca de las tareas que es menester abordar. Reunirse consigo mismo consiste simplemente en apagar la televisión, la radio y darle una pausa larga a las redes sociales. Es la soledad sonora de la que hablaban los clásicos, siguiendo el eco de las noticias e intentando componer una cierta teoría que transite el camino desde lo posible a lo necesario, a fin de intentar imaginar una realidad más soportable.
- Después de las calores, es preciso regar el granado y los rosales. Debemos cultivar nuestro jardín, como decía Voltaire en su Cándido, olvidándonos de obispos y tribunos, y de opiniones histéricas a lomos de la rabiosa actualidad, que intenta “explicar” las cosas prescindiendo de las causas.
- Sería preciso, digo yo (desde la sospecha de que quizá llegamos un poco tarde), darle unas ciertas normas organizativas, una cierta estructura, un código de circulación al menos al frente amplio que se pretendía construir, con organizaciones de todo tipo, incluidos los partidos. En suma, organizar algo la democracia. El riesgo es grande si no se hace, máxime cuando no se sabe cuál sería la alternativa a esto. Si no manda la conversación entre todos (Hölderlin: somos una conversación): ¿quién manda? ¿Cómo manda? ¿Se corre el riesgo de pasar de la lógica de sumar a la lógica de estallar? Es decir, no es posible que las personas se organicen sin ninguna lógica organizativa, y esta, para ser democrática, ha de amparar a todos los concernidos, como condición de existencia de una imantación con respecto a todos aquellas/os que pretendan organizarse en lo sucesivo. Porque no es posible organizar seriamente el futuro desde la lógica del fetichismo de la mercancía: la imagen elevada a valor, que adquiere un gran sentido carismático al margen de las personas que configuran la actividad de una fuerza política, a la hora de producir movilizaciones, votos y transformaciones.
Lo que le da sentido a una fuerza que no intenta ser simplemente un proyecto electoral, es el programa, y su elaboración participativa y democrática con todos los concernidos
- Resultaría también muy interesante darle un programa a nuestra esperanza. La esperanza sin programa es un acto más de fetichismo. Y hay que superar esto. Aunque es verdad que últimamente han perdido valor los programas, porque lo importante, parece, es entrar en el gobierno, y conseguir cosas desde la habilidad, la seriedad y el silencio responsable, que ya nos enteraremos los demás a través del boletín oficial ese que llueve desde radios y televisores (Churchill: Nunca tan pocos hemos hecho tanto en beneficio de tantos). Cosas o “cositas”, que son importantes de hecho, lo advertía Brecht: que pueda comer alguien un día, que pueda dormir… Pero sabiendo que no basta con ese programa de asistencia. Una anécdota: Un día le preguntaron a Borbolla, a la sazón presidente de Andalucía, que en qué consistía el socialismo, y él repuso: En hacer “cositas”. Pues no, mire usted, las cosas y cositas son interesantes, y hasta importantes, pero no basta. Lo que le da sentido a una fuerza que no intenta ser simplemente un proyecto (para una campaña) electoral, es el programa, y no solo él: la elaboración de un programa participativo, democrático en suma. La lógica de estallar puede abrirse paso si no hay referencias organizativas y no existe una cohesión que programe nuestra esperanza, nuestro tiempo futuro, en base a contenidos, despejando objetivos. (Alicia en el País de la Maravillas: ¿Por qué camino hay que tirar? Depende de adónde quieras ir).
- Y luego, la ideología. Es decir, la lucha por crear hegemonía alternativa, contrahegemonía, contrapoder. La necesidad de luchar desde la existencia de un imaginario que nos salve de las derrotas presentes y nos dé impulso de futuro. En el bien entendido de que no estamos defendiendo que el frente amplio tenga una ideología enteriza, única. No: lo enterizo son los acuerdos políticos y su cumplimiento desde la unidad de acción. Se trata más bien de decidir que la lucha ideológica, frente a la norma posmoderna, que es la ideología del capitalismo tardío, es un tema de enorme importancia si queremos seguir existiendo de verdad tras cualquier proceso electoral, se salde con derrota o con victoria. Estoy hablando, pues, de la matriz del grito: “sí se puede”, frente a esa norma que intenta llevarnos al dogmatismo, al fanatismo, de la resignación. Que intenta domesticarnos a través del feticihismo de la realidad convertida en mercancía. Que intenta trasladar hacia la derecha toda esa gran ola del malestar social,
- Y termino. Entre las tareas puede estar también probar el mosto otoñal del Aljarafe sevillano. He de confesar que no sé negarme ni a un vino viejo ni a una verdad nueva. Pero me niego a que lo nuevo, simplemente por serlo, desde un impulso adanista, nos convierta en clientes del fetichismo. Buscaré el mosto nuevo y también la verdad vieja. Salud.