Dicen los expertos que un «cliffhanger» es un recurso narrativo que consiste en terminar una historia, un relato o un capítulo de una serie, con los personajes «colgando del acantilado», en una situación peligrosa y de difícil escapatoria. Y ponen como ejemplo culto la escena del Quijote del “valeroso vizcaíno y el famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas”, como si tal cosa sirviera de ejemplo a una generación acostumbrada a las series televisivas, o incluso a la de los tebeos de «El Capitán Trueno» y «El Jabato» de nuestro inolvidable Víctor Mora.

Viene esto a que algo parecido —pero en nuestro caso no buscado—, sucedió con el artículo anterior de esta serie. Se ve que por hablar de «delincuentes energéticos» y «fraudes eléctricos» se nos terminó el espacio disponible antes de poder entrar de lleno en materia. Así que, sin más preámbulo, vamos al tajo.

¿No os ha pasado a vosotros que alguien con el que no has coincidido en años se haga de pronto omnipresente? Pues a mí sí. Muy poco después del incidente en la peluquería volví a encontrar a Martínez —que tal es su apellido— intentando tomar una lasca de jamón de mí mismo plato, en una presentación de producto de un importante fabricante eléctrico.

—¡Qué casualidad don Manoel! ¿Qué hace usted por estos saraos? ¿No estaba jubilado?

Pasando por alto la falta de educación que supone creer que la situación de jubilación presupone la pérdida automática de los derechos de un profesional a tomar un poco de jamón pagado por una empresa industrial, en un ejercicio de contención y mesura, le contesto:

—¡Pues ya ves! Supongo que como tu: aprovechando la ocasión para ponerme ciego de tapas gratis.

—¡Usted siempre tan ocurrente!

Y tan cabrón, añadiría yo, que me consta que cursó la especialidad de Automática para no tener que lidiar con la asignatura de Instalaciones eléctricas que yo impartía en la de Líneas y Redes.

—Por cierto: ¿tuvo tiempo para comprobar aquellos datos de fraude? ¿Qué le parece?: ¡se cerraron más de cincuenta mil expedientes de fraude en el año 2022!

—Pues la verdad es que sí tuve tiempo, pero ya sabes como soy. A mí las estadísticas, si me las dan así de escuetas, no me dicen nada. Porque ya sabrás que un expediente administrativo se puede «cerrar» por resolución, por desistimiento, por renuncia o por la declaración de caducidad del procedimiento. O sea que si las Compañías «cierran» muchos expedientes también puede ser que abran demasiados.

—¡Hombre! A lo mejor es que el periodista no se explicaba muy bien ¡Pero el dato era que solo Endesa había detectado ciento noventa mil casos de estafas eléctricas!

—Dices bien en lo de que «el periodista no se explica muy bien» Porque, ya puestos: ¿qué entiende el redactor de la noticia por «estafa eléctrica»? Porque estoy seguro que su definición y la mía se parecen muy poco. Por ejemplo: a mí me parece una estafa que se pretenda cobrar el recibo de energía íntegro cuando ha habido una cantidad apreciable de cortes de suministro, y al citado redactor solo le parecen estafa los enganches ilegales.

—¡Es que gran parte del problema de los cortes de energía son los enganches ilegales! Sobre todo, los de los cultivadores de marihuana, que dice la noticia que solo “En la provincia de Cádiz, Endesa calculó que, para realizar estas prácticas en 2022, se habían defraudado 2,5 millones de kilovatios”.

—¡Hombre ya serían kilovatios hora, que es en lo que se mide la energía! De todas formas, no creo que sea del negocio de la marihuana de lo que estamos hablando… Y volvemos a lo mismo: “Endesa calculó”. Bien. ¡Pues a mí me gustaría saber que método han empleado para hacer esa estimación, que no «cálculo»[1].

—Supongo que lo habrán medido …

—¡Eso es mucho suponer! Y ya que hablamos de datos, yo encontré otro informe de una Eléctrica en el que se afirmaba, con la misma ausencia de explicación de los métodos empleados para obtenerlos, que solamente el 28 % de la energía defraudada era achacable a las plantaciones ilegales. ¿Quiere decir eso que el 78 % restante es achacable a otro tipo de delincuentes? ¿Y cuántos de esos delincuentes son familias al borde de la pobreza energética; cuántos las víctimas de algunas compañías de ahorros energéticos; y cuántos honrados capitanes de la industria? Porque a lo mejor ese dato también lo tienen, pero no interesa tanto divulgarlo.

—¡No sé si lo saben o no, don Manoel! Sé que existe ese mercado del «ahorro energético» fraudulento que consiste en hacer una doble acometida, pasando parte del consumo por fuera del contador, o trucando la relación de transformación de los transformadores de intensidad del equipo de medida, pero nosotros no hemos querido nunca entrar en ese juego.

—Actitud que te honra.  Pero digo yo que oveja que bala, bocado que pierde, y ¿qué te parece si dejamos el tema para mejor ocasión y nos concentramos en la mesa, que están sacando un pulpo con un aspecto excelente?

Se rió, y pragmático como buen gallego se concentró en que la repentina afluencia de personal a las mesas no le privara de tan exquisito manjar.

En mi regreso a casa, con el beneficioso efecto que supone el caminar, y que tan bien conocía Aristóteles, las piezas sueltas del discurso de Martínez, mi belicoso «no alumno», sobre la «delincuencia energética» fueron una a una encajando en una reflexión más precisa y elaborada de que la nos sirven a diario los medios de comunicación de una y otra ideología. Medios que nos abruman con esa tendencia tan habitual en los expertos que piensan que, por dirigirse a un público no especialista, puede cometer alegremente errores de bulto y simplificaciones groseras. Dejo voluntariamente fuera de esta filípica a los periodistas que por obligación editorial cubren una noticia técnica sin ninguna preparación específica: simplemente repiten lo que creen haber entendido.

¡«España paraíso del fraude eléctrico»; «España enganchada al fraude eléctrico», truenan los titulares de los medios afines a las energéticas! Y no parece extraño que tal sea en la patria del Buscón, del Guzmán de Alfarache y de los Lazarillos, el del Tormes y el del Manzanares. Pero nosotros sabemos que la picaresca nace como reacción a la injusticia y el «fraude eléctrico» tiene (como las monedas) dos caras. Una, la más publicitada y alarmista, la protagonizada por los consumidores. Otra, más oculta y menos presente en los medios por razones que a nosotros nos parecen evidentes, la de las propias compañías distribuidoras y comercializadoras de electricidad.

Es cierto que, en algunas zonas de España, por causas que sería muy largo analizar, hay un crecimiento espectacular del fraude eléctrico asociado a los cultivos de marihuana “indoor”. Y no menos cierto que, pese a lo espectacular que pueda ser este aumento, los consumidores que cumplen con sus obligaciones son aplastante mayoría. En consecuencia, justificar los problemas de calidad del servicio —cortes, bajadas de tensión …— con la tesis del fraude eléctrico es un argumento cínico y falaz. El origen de estos problemas reside en el estado actual de algunas de las redes de distribución de energía eléctrica. Principalmente las que alimentan a los barrios periféricos de las grandes ciudades y las del entorno rural. Estas redes —radiales en su práctica totalidad— fueron proyectadas y calculadas con los criterios y los datos de la demanda eléctrica prevista en ese momento, y realizados con las técnicas y materiales disponibles en esos años. El problema es cuántos años han pasado sin recibir más que una atención ocasional. ¿Diez, veinte, treinta…? En la mayoría de los casos que nos ocupan ¡más de cincuenta! Y aunque los cables y transformadores sean “gente muy sufrida”, la capacidad de transporte de un cable se ve mermada por el aumento de la temperatura ambiente y cuadráticamente por el de la intensidad de la corriente transportada. Por no citar otro aspecto mucho más desconocido: el factor de simultaneidad, es decir la coincidencia temporal de los consumos, que en una ola de calor ascendería dramáticamente, poniendo en cuestión todas las hipótesis utilizadas en su momento para el cálculo.

Y esta inacción, este desprecio por el pequeño consumidor que abona religiosamente el importe de un producto que recibe en unas condiciones que vulneran las contractuales, ¿no es también un «fraude eléctrico»? Porque es muy cómodo afirmar que los consumidores pueden presentar reclamaciones en relación con la calidad y continuidad del suministro de energía eléctrica, cuando saben perfectamente que miles de reclamaciones duermen en el fondo de los cajones esperando una resolución que no llega.

De nuevo queda claro que no valen las soluciones parciales. Lo que no debe ser excusa para no luchar por avanzar, por mejorar mientras tanto, esta sociedad en la que nos toca vivir.

(continuará…)


[1] Una estimación es el proceso de encontrar un valor utilizable para algún propósito incluso si los datos de entrada pueden estar incompletos, inciertos o inestables. El valor obtenido se considera utilizable si se deriva de la mejor información disponible.

Por el contrario, cálculo es el procedimiento —algoritmo—, mediante el cual podemos conocer las consecuencias que se derivan de las variables previamente conocidas, debidamente formalizadas y simbolizadas.